
Una epidemia social
Pilar Coslado
Jueves, 20 de marzo 2025, 07:38
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Pilar Coslado
Jueves, 20 de marzo 2025, 07:38
Estos días se cumple un lustro desde aquel confinamiento que nos hizo entender, si es que aún no lo habíamos hecho, que la pandemia del ... covid-19 iba muy en serio. De repente, nos vimos enfrentados a una realidad que habíamos dejado de lado, inmersos en nuestra rutina diaria: todo lo que habíamos construido, las certezas a las que nos aferrábamos, podían desmoronarse en un instante por la acción de un microorganismo. O, como dijo el matemático John Allen Paulos, «la incertidumbre es la única certeza que existe». A medida que avanzaban las semanas, más allá del hastío que nos provocó el constante sonar de 'Resistiré', escuchamos repetidamente que saldríamos mejores de aquel duro trance. ¿Fue así? Me temo que no. Quienes eran mezquinos, ruines y egoístas siguieron siéndolo. Es probable que muchos de los que hoy agreden a los sanitarios fueran los mismos que aplaudían a las ocho de la tarde en 2020. Del mismo modo, las personas generosas, solidarias y honestas mantuvieron su esencia, pese a las dificultades extremas que tuvieron que afrontar. ¿Por qué hago esta reflexión? Porque, como responsable de una pequeña empresa, he visto la enorme distancia entre las palabras y los hechos. Más allá de la tragedia en términos de vidas y salud, la pandemia dejó una economía profundamente golpeada, con miles de pymes y microempresas al borde de la quiebra debido al parón de la actividad. Se nos aseguró que podíamos estar tranquilas, que el Gobierno nos respaldaría con los fondos europeos. Cinco años después, con perspectiva, lo que hemos recibido en muchas ocasiones no ha sido un salvavidas, sino un lastre.
Desde que llegó a su cargo y pilló cartera, la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, lejos de materializar aquellas promesas de apoyo, ha sometido al tejido empresarial a una auténtica epidemia de normativas, burocracia, obligaciones que incrementan el gasto improductivo, amenazas de sanción y una constante demonización de las empresas.
Sería oportuno recordarle a la vicepresidenta una frase de José Martí: «Si no luchas, ten al menos la decencia de respetar a quienes sí lo hacen». Porque eso es precisamente lo que hemos hecho los empresarios y empresarias, especialmente en estos últimos cinco años: luchar por sobrevivir, por superar no solo el trauma emocional, sino también el devastador impacto económico que nos dejó al borde del abismo tras años de esfuerzo y sacrificio.
¿Hemos recibido respeto por parte de quienes han dirigido las políticas laborales y económicas en este tiempo? En su mayoría, no. En lugar de reconocimiento, hemos enfrentado desprecio e imposiciones de una ministra que, desde el principio, ha visto al empresariado como un adversario a combatir, y a la que el presidente del Gobierno no ha desautorizado en ningún caso.
Sin embargo, aquí seguimos, renovando ilusiones y proyectos cada día, quizá porque no sabemos hacer otra cosa o porque creemos profundamente en lo que hacemos. La resiliencia empresarial no es solo un concepto (resistiré), es una realidad tangible, demostrada una y otra vez por quienes seguimos adelante a pesar de los obstáculos. La incertidumbre, paradójicamente, nos ha hecho más fuertes. La pregunta es: ¿cuánto tiempo más podremos resistir sin un entorno que nos brinde, al menos, un mínimo de estabilidad y respeto?
Recordando a Nietzsche: «Mirémonos a la cara. Nosotros somos hiperbóreos, sabemos muy bien cuán aparte vivimos». En cualquier caso, como empresaria no puedo ser excesivamente escéptica y sí optimista, por lo que así como superamos aquella pandemia, también superaremos esta epidemia. No me cabe duda, o si cabe algo será una buena vacuna contra la imbecilidad.
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