Doy por hecho que conoce la parábola de la rana. Me refiero a esa en la que si metemos una rana en una olla con agua fría y luego vamos calentando poco a poco, la rana no percibe el cambio sutil de temperatura y termina ... cociéndose sin advertirlo.

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Pues hoy me siento como esa rana. Si recuerda, primero calentaron un poco el agua con los indultos al golpismo separatista. Luego llegó la quita de la deuda de 15.000 millones que pagaremos usted y yo. Después el regalo de mil millones para la red de cercanía y su cesión a la Generalidad de Cataluña. Más tarde la amnistía y, como guinda (por ahora, pues el separatismo es insaciable), el cupo catalán.

Todo ello aliñado con «nunca», «quizás», «de la necesidad virtud» y, por último, «claro que sí». Al tiempo, y como quiera que muchas de estas acciones tienen dudoso encaje legal y no digamos constitucional, se va tejiendo la colonización de las instituciones que, en teoría, deben ser independientes del poder político: Tribunal Constitucional, Fiscalía del Estado, Banco de España… y lo que nos queda por ver.

Además de la sorpresa que me produce la escasa respuesta social a estos desmanes, observo ojiplática que pasen, casi inadvertidas, afirmaciones como que el presidente del Gobierno diga que gobernará «con o sin el Poder Legislativo», por no hablar del acoso y persecución a cualquier magistrado que ose interferir en su hoja de ruta (lo del placentino Marino Barbero cuando el caso Filesa es 'peccata minuta' comparado con esto o lo que esté por venir).

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Así llegamos a cocernos, con un Gobierno que manda (o lo intenta por lo civil o lo criminal) en el Poder Judicial y prescinde del Legislativo. Réquiem por Montesquieu: el Ejecutivo dicta las leyes e impone cómo se aplican.

Si surgen voces discrepantes en el seno de la propia la estructura que sostiene al Gobierno, se aplica la misma regla: convocatoria con apercibimiento y amenaza de meter los perros en el monte a los líderes regionales que disientan, en congresos autonómicos 'ad hoc' para meterles miedo en el cuerpo.

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Todo el poder, en fin, concentrado en una sola persona. Póngale usted el nombre que quiera a esto.

Decía Cornelio Tácito que el poder conseguido por medios culpables nunca se ejercitó en buenos propósitos, a lo que Isabel Allende añade: «A lo que más le temo es al poder con impunidad. Le temo al abuso del poder y al poder de abusar».

Pero, claro, Montesquieu se queda corto, ya que en nuestra época ha surgido el denominado Cuarto Poder, el que representan medios como este en el que escribo. No se acobarda nuestro presidente por ello, y amenaza con imponer castigos a quien difunda bulos, o lo que el poder político considere bulos, esto es, aquello que lo cuestione o dañe. Ya lo decía la profesora Elisa Chuliá en su análisis de la Ley Fraga de 1966: «Esta doble necesidad de protegerse del juicio público y de crear una opinión favorable al sistema institucional y sus representantes convierte la restricción de las libertades de información y expresión en un requisito imprescindible para mantener la estabilidad… de las dictaduras».

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¿Se atreverá a tanto? Como dejó escrito Saramago en su Memorial del Convento: «Salga, pues, absuelto de esta sospecha si nunca se hubiera hallado en dudas semejantes». La regeneración, o degeneración, democrática ya tiene plan del gobierno aprobado. Vayamos calentando agua.

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