Desde la terraza de la casa de mis padres, en La Madrila, me asomo a la arboleda del entorno de la calle Abilio Rodríguez Rosillo, ... que lleva casi cincuenta años dando sombra y frescor y cantos de aves y murmullo de hojas mecidas por el viento. Acacias, catalpas, cinamomos, laureles, plátanos de sombra… compiten en porte con los bloques de pisos circundantes, y parece que estuvieras contemplando un bosque en pleno centro de la ciudad. Estoy segura de que el doctor Abilio hubiera traído a su alumnado a esta arboleda, de haber existido en aquellos tiempos de la primera mitad del siglo XX en los que impartió docencia en el Instituto de Cáceres.

Publicidad

Hace años, sobre el plátano de sombra que había cerca de la ventana de mi habitación, cantaba cada noche de primavera un autillo. Hoy en día el plátano ya no existe, y en su lugar hay escaleras y rampas para salvar la altura entre dos calles, algo muy necesario para los ciudadanos, pero también los árboles lo son, y aquel autillo lo necesitaba para reclamar sus amores, con ese silbido rítmico y misterioso que se escuchaba en todo el barrio.

Pero no debo quejarme, porque Cáceres es ciudad arboleda. Paseo hoy por sus avenidas arboladas y camino por algunas aceras como si lo hiciera por un bosque galería. Cáceres enarbola el estandarte de triplicar la media nacional de árboles por habitante. Hay más de cuarenta mil, así que me pido, en este orden, un olmo, un magnolio y un liquidámbar. Ya tengo un olmo en la ribera, uno que lleva una placa con mi nombre y lo planté yo misma un 28 de noviembre de 2021. Magnolios hay a poca distancia de mi casa, en el parque 'Társila Criado Sánchez', entre la avenida de la Hispanidad y ronda de la Pizarra; y cada mañana, al ir a trabajar, contemplo dos liquidámbares cerca del Rodeo. Estoy servida.

También en el citado parque de Társila –actriz cacereña de mediados del siglo XX–, lucen bellísimos ginkgos biloba, auténticos fósiles vivientes con sus hojas en forma de abanico. Y no quiero dejar de nombrar los esbeltos cipreses del parque Federico Reaño –escritor y militar, principios del XX–, ni el olmo libre de grafiosis de la avenida de Alemania, ni tampoco quisiera dejarme atrás el almendro que florece cada febrero en las escaleras que, desde avenida Ruta de la Plata, bajan a Rodríguez de Ledesma. ¿Y qué decir de los altísimos plátanos de sombra de la plaza de Albatros? ¿Y de los magnolios de la de los Conquistadores?

Publicidad

Cáceres arbolada, soporte de nidos de tórtolas y verderones, jilgueros y verdecillos, rabilargos y urracas, de aves que controlan insectos y roedores. Árboles que absorben dióxido de carbono y aportan oxígeno a la contaminada atmósfera de la ciudad, retienen partículas de polvo y el humo que genera la actividad humana, mantienen la humedad del ambiente y protegen de los rayos solares, disminuyen la temperatura y recogen el agua de lluvia. Los árboles son la poesía de la ciudad.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Primer mes sólo 1€

Publicidad