Regresaba el pasado sábado de la 20ª edición de la FIO (Feria Internacional de Turismo Ornitológico) que se celebró en Monfragüe, después de presentar en ... la carpa nuestro libro 'Tierra de pájaros' (ilustrado y editado por Leticia Ruifernández en su editorial Papel Continuo) y parecía que iba volando por la carretera, no porque fuera deprisa, ni mucho menos, sino porque había sido un día tan dichoso que mis pensamientos y mi alegría me llevaban en volandas. El día comenzó hablando de plumas con alguien a quien no conocía y que había comprado un plato de cerámica de Miceliarte (hecho a mano por Violeta Figueroa en su taller de Garganta la Olla) con una pluma de abubilla de las que Leticia había dibujado en las guardas de nuestro libro. Durante la conversación se fueron enganchando los primeros barbicelos, que son esos ganchos invisibles que unen las bárbulas, diminutos filamentos de las barbas que confluyen en el raquis para conformar la estructura de una pluma de ave. Pasaron luego amigos y conocidos, ilustradores y artesanos, y otras personas con las que hablar de las aves y de sus nidos, de plumas y de vuelos, personas con las que seguir enganchando barbicelos.
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A pesar del gentío que se reúne en la FIO, las aves se empeñan en estar presentes y se escuchaba el canto de un colirrojo tizón en su posadero y el parloteo de las golondrinas, que este año han venido mucho antes, y que volaban cerca de donde harán sus nidos esta temporada. La FIO ha situado a Monfragüe en el mapa internacional, y estos días se dan cita aquí pajareros de todo el mundo. Supongo que algunos se quedaron a ver la puesta en escena de 'Tierra de pájaros' y disfrutaron, con chaparrón incluido en plena presentación, de la lectura de los textos, del dibujo de acuarelas en directo, de la música del acordeón de Fernanda Valdés. Una original y hermosa manera de presentar un libro, eso fue lo que nos transmitieron algunas personas que dijeron haber pasado un rato delicioso. El biólogo y divulgador Raúl de Tapia (Raúl Alcanduerca) se acercó a contarme que la hembra de zorzal alisa con su pecho –como lo haría la paleta de un albañil– el barro que coloca en el interior del nido para hacerlo más consistente. Otro barbicelo. Un lirio morado enganchó otro. Los barbicelos que se engancharon esa jornada tejieron una red social basada en el encuentro personal, la mirada y los gestos, las palabras en vivo y en directo. Una red sin wifi, pero con conexión de alta calidad.
Se quedó al final del día una asombrosa luz de atardecer tras los montes. En la carretera se me cruzaron dos sanjuanillos. Mi padre decía que estos ratoncillos anuncian lluvia y me acordé de que me había emocionado al leer el texto sobre mi padre, que fue el responsable de los barbicelos de mis plumas, las que me permiten volar, como las grullas, por encima de las nubes.
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