Se gradúa el alumnado de segundo de bachillerato. No importa ahora demasiado si el curso ha salido adelante en la convocatoria ordinaria o hay que esperar a la extraordinaria. La graduación se celebra por todo lo alto. El festejo se organiza en el Palacio de ... Congresos, es un acto importante, fundamental para sus protagonistas, así que no se escatiman adornos, flores. Hay bailes, breves piezas de guitarra clásica; tuba, flauta travesera y piano tienen también su protagonismo. La Norband pone la nota simpática con canciones y coreografías sorprendentes (¡pero si en clase es muy seria!). Se suceden los discursos emotivos, un pelín nostálgicos, pero siempre esperanzadores. En nombre del profesorado, Alfonso Gil habla con acertadas palabras: «Los sueños son de ellos, de nuestros hijos, pero nosotros tenemos una enorme responsabilidad en todo esto. Por eso, durante el curso no hemos dormido demasiado bien. Hemos sufrido con ellos; hemos estado pendientes de su esfuerzo, de sus notas, de su estado de ánimo, de sus dudas. Pero también hemos estado muy preocupados por su futuro. No queremos que se equivoquen, queremos que encuentren su camino, como en su día yo encontré el mío, como todos hemos encontrado el nuestro y, en definitiva, queremos que sean felices…».
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El ritual se repite cada fin de curso. Pero la fiesta termina. Y me ronda una pregunta: ¿hemos transmitido a nuestro alumnado, en su día a día, ilusión, pasión, alegría, esfuerzo, esperanza? Porque esa es nuestra responsabilidad. El futuro, cuando llega, se transforma en presente e, inmediatamente, en pasado. La única certeza es el presente y lo que queda de la vida es el pasado.
La formación actual del bachillerato es una presión que recae sobre los hombros de alumnado, profesorado y familias a partes desiguales. El mayor peso lo lleva el alumnado, el profesorado carga con una parte importante y las familias ayudan a sujetar lo que queda, cada una lo mejor que puede. Mi pregunta es para qué tanto agobio, tanto sufrimiento, si los estamos preparando para un futuro que aún no existe, dejando a un lado el presente que es ya, que es la vida misma. Si no han levantado la mirada de los apuntes en los que se les habla del mundo natural para ver que, tras la ventana de la habitación, hay una algarabía de vencejos volando entre nubes, o que en la calle ya se oye cantar a los jilgueros sobre las acacias, o que ha salido un arcoíris que será único e irrepetible…
Nuestro alumnado se llevará el recuerdo de su paso (de su pasado) por el centro. Que sea mejor o peor dependerá de lo vivido por cada cual, de lo que hayan dado y recibido, de su entusiasmo o apatía, de su participación, amabilidad, educación, de sus exigencias, reivindicaciones. De que hayan dicho «buenos días» y se hayan despedido con una sonrisa. O no. Si en su día a día ha habido ilusión, pasión, esfuerzo, esperanza y alegría, tendrán un pasado con el que construir el mismo futuro.
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