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Otras navidades
Pilar López Ávila
Martes, 24 de diciembre 2024, 08:51
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Pilar López Ávila
Martes, 24 de diciembre 2024, 08:51
El pasado sábado comenzó el invierno a las 10,21 de la mañana, hora del solsticio. Cambio de estación. Los rayos del sol llegan tan inclinados al hemisferio norte, que la superficie no se calienta y hace más frío. Y aunque la noche sea más ... larga, a partir del solsticio la luz irá robando un par de minutos a la oscuridad. Porque el invierno es la llegada de la luz. Por eso estos días serán, para unos, la celebración de la retirada paulatina de las sombras; para otros, la llegada del que vino a salvar al mundo de la oscuridad; y para todos, el momento de reunir a la familia y los amigos en torno a una mesa repleta de viandas, que es como mejor se celebra. La Navidad es sentir que la casa sigue siendo hogar para los hijos dispersos por el mundo que retornan y se sientan de nuevo a la mesa.
Serán, sin embargo, otras navidades para otras personas en otros lugares del mundo. Empezando por los afectados por la riada que, a día de hoy, siguen achicando barro y tiene por delante aún mucho trabajo y esfuerzo para que sus casas vuelvan a ser hogar. Tampoco será Navidad en las islas Mayotte, arrasadas hace unos días por el ciclón Chido, donde antes «la pobreza daba miedo» y ahora «se teme una insurrección de la pobreza y del hambre». He tenido que buscar la ubicación de estas islas, porque –disculpen mi ignorancia– aprendí muy bien geografía en el colegio, pero nadie me habló de las islas olvidadas en medio del océano. Como este archipiélago de las Mayotte, que se encuentra al norte de Madagascar, al norte también del canal de Mozambique, en el océano Índico. Rodeada por un arrecife de coral, esta región ultraperiférica de la Unión Europea pertenece a Francia, por lo que el ejército francés se ha desplegado por el territorio y es testigo de la devastación que ha provocado el ciclón, que se ha llevado por delante las viviendas, en su mayoría chabolas, y carreteras, escuelas, centros hospitalarios... Hay «centenares» o «miles» de muertos, todavía ni se sabe. Están tan alejadas estas islas que apenas nos ha llegado el eco de su destrucción, y trato de imaginar cómo está siendo la vida de estas personas que han sufrido la fuerza destructora del viento y el agua. Hablarles de Navidad sería una broma de mal gusto. No habrá días de fiesta tampoco en Gaza, Siria, Ucrania, ni en tantos lugares de guerras olvidadas. Lo que sigue habiendo son las cazuelas vacías de la gente que se agolpa y se empuja. Una realidad que nada tiene que ver con la nuestra de luces de colores, petardos de broma y fuegos artificiales.
No sé qué puedo hacer desde mi situación privilegiada, quizás solamente esto, escribir para que no se olvide que hay otras navidades de sombras, ciclones y barro. Otras navidades entre escombros, sin puertas para mantener tras ellas el hogar, que es refugio, calor, alimento, familia, canto y luz.
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