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Hace poco más de un mes, Luis Movilla Montero, quien fuera el primer alcalde democrático de Badajoz, falleció casi a los 93 años, rodeado de ... sus seres queridos. Desde entonces, se ha escrito mucho sobre su legado político y su contribución a la ciudad, pero poco se ha hablado de su faceta más humana y personal.

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En la España de 1977, en plena transición de la dictadura franquista a la democracia, se necesitaban personas comprometidas con la libertad y la justicia, dispuestas a luchar por los derechos fundamentales. A Luis Movilla le tocó liderar un proceso histórico muy complejo, en el que él y su equipo desempeñaron un papel crucial en la modernización de Badajoz. Recibió una ciudad fragmentada y deteriorada y, gracias a su humildad, empatía, honradez, compromiso, responsabilidad y capacidad de trabajo en equipo, supo representar a la sociedad pacense y trabajar por el bienestar colectivo. Quienes le conocieron bien dicen de él que «fue un alcalde realista, que reflexionaba profundamente antes de tomar decisiones, amante de la agilidad administrativa, y con gran disposición para el aprendizaje».

Creció en los difíciles años de la postguerra en el seno de una familia muy numerosa. Su vocación siempre fue la enseñanza, por lo que cursó estudios de magisterio y ejerció como maestro, al igual que su esposa, Encarnación Píriz, con quien tuvo siete hijos, aunque uno de ellos falleció a los pocos días de nacer.

Su espíritu de servicio y su compromiso con el progreso de los ciudadanos marcaron toda su vida. Creó las primeras asociaciones de padres de alumnos e impartió clases nocturnas de alfabetización para adultos de barrios desfavorecidos y zonas rurales, de manera totalmente altruista. Fue un firme defensor de la igualdad de la mujer y el primer alcalde pacense en incluir a tres mujeres en puestos relevantes en su lista al ayuntamiento. Además, siempre apoyó la carrera profesional de su mujer, a quien cedió la dirección del primer colegio de la ciudad.

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Disfrutaba enormemente de la naturaleza junto a sus hijos, bajo las encinas y alcornoques de la dehesa extremeña, compartiendo la tortilla de patata y el gazpacho. Les enseñó a jugar al fútbol y les transmitió su pasión por la lectura. Durante los veranos, su familia numerosa viajaba en un Renault 4L a las playas andaluzas, donde las pipas y los altramuces eran compañeros inseparables en las sesiones al aire libre de los cines de verano.

Se alejó de la política hace más de dos décadas. Con cierto desencanto, lamentaba la desaparición de la participación ciudadana en la actualidad y evitaba leer o ver noticias sobre política

Luis Movilla deja tras de sí una huella eterna, no solo en la historia de Badajoz, sino en quienes le conocieron. Su ejemplo de entrega, humildad y compromiso seguirá vivo en la ciudad que ayudó a transformar, en cada alumno y en cada miembro de su familia que continúa su estela de valores; porque hay personas, que, aunque se marchen, nunca dejan de estar presentes.

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