La destitución del embajador de España en Bélgica ha tenido una inesperada repercusión internacional. Hasta el diario 'The Times', que suena a té de las cinco y a chocolatinas de menta, recogió que le habían castigado por haberse echado una «siesta» durante un discurso ... del ministro Albares. No creo que haya sido esa la razón. Ya sabemos que a los periodistas anglosajones les gusta retozar en los tópicos españoles y al redactor del 'Times' solo le faltó añadir que el embajador acababa de beberse una jarra de sangría y estaba a punto de irse a los toros con su mantilla y su peineta. Pero, si fuera así, hay que salir urgentemente en defensa del diplomático. Un discurso de una hora de Albares no hay quien lo aguante: es como si el ministro guardase todas sus palabras en un cofre con bolitas de alcanfor y las fuera sacando despacito, de una en una, lamiéndolas y paladeándolas como chupachups.

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Si este es el listón, les confieso que yo no serviría ni para agregado cultural tercero de la embajada en Tayikistán. Hasta ahora me he quedado dormido –o medio dormido– en un pleno del Parlamento, en la presentación de los Presupuestos, en varias conferencias e incluso en un partido del Mundial con miles de argentinos chillando. Mi estrategia, que llevo perfeccionando desde la Universidad, es la autolesión: me clavo el bolígrafo en los muslos y luego me muerdo los carrillos por dentro hasta el límite del despellejamiento. Si eso no le sirve, embajador, pruebe la táctica de mi abuela y, aunque haya estado dos horas roncando como una Harley Davidson, replíquele al ministro con cara de estupor: «¿Dormirme yo, dice usted? ¡Qué más quisiera! Me habré quedado un poco traspuesto».

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