La semana pasada casi alcanzo uno de mis anhelos, aislarme de lo que pasa en el orbe en aras de obtener una paz interior. Ya lo he comentado en alguna otra columna, pero esta vez no ha sido por una decisión romántica sino por pura ... necesidad.
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Resulta que el inquilino de un piso heredado que tengo en alquiler se me ha marchado. Él mismo me ha provisto de un nuevo morador, pero había que adecentar y pintar el inmueble antes del reemplazo.
Dicho y hecho, rodillos, cintas adhesivas, brochas, espátulas, pértigas y cuñados nos encerramos en un piso amarillo mostaza con el objetivo de dejarlo blanco mate decó.
Tras maratonianas jornadas de doce horas cumplí el reto, pero mientras se realizaba entre bromas, fandanguillos y alegrías iba pensando en la columna de hoy. Sabía que se celebraba el foro de Davos y que ese día que escuché las noticias, se celebró un extraño debate. Líderes internacionales y sesudos analistas hablaron de la «desglobalización» y rápidamente mi pensamiento se fue a ciudades europeas que me habían defraudado justo por lo contrario, es decir la globalización. Pasear por Verona, Amberes o Brujas y pasar por delante de Zara, H&M, Starbucks o Mc Donalds me entristecía por la pérdida de identidad local. Los ponentes hablaron ese día sobre cómo esa globalización está en crisis gracias a tres factores: la policrisis, el equilibrio geopolítico y el factor tecnológico.
Eso de la policrisis es un palabro nuevo para mí: viene a ser la suma de crisis energéticas, calentamiento global, sequías, pandemias, inflación, guerras… todo un rosario de despropósitos con sus estaciones y vía crucis que no hacen vislumbrar la luz al fondo del túnel sino todo lo contrario, se hablaba de que debemos acostumbramos a vivir en esa crisis permanente.
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Lo del equilibrio geopolítico no es, ni más ni menos, que la ruptura del orden mundial desde la época del telón de acero. Los tres grandes países, China con su gestión de la pandemia, EE UU rota política y socialmente y Rusia como el villano del cuento invadiendo aledaños para restablecer su proporción.
Por último, la guerra tecnológica consistente en la intencionada falta de elementos imprescindibles para frenar el desarrollo de tu enemigo, por ejemplo los chips electrónicos.
Unos contra otros convierten en desorden global la necesidad de un nuevo modelo económico, para lo cual necesitamos unas herramientas que, hoy en día, aún no se han inventado.
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¡Gensantísima de la Montaña! ¡en qué hora me puse ese programa! con lo a gusto y aisladito que estaba entre brochazo y churretón… esa noche dormí menos que el chofer de Batman, aunque no sé muy bien si fue a causa del cansancio físico, la policirisis mental que me originó el podcast maldito o las coplillas de los cuñados, que resonaban en mi cabeza como canciones gusanos.
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