Midiendo las palabras

¿Políticamente correcto?

Si hacemos que todo sea ofensivo, al final, nada es ofensivo. Si todo es machismo, nada es machismo. Y así, con todo

ANA ZAFRA

Lunes, 12 de diciembre 2022, 08:14

Enmarcada en esta manía del «ni sí, ni no, ni todo lo contrario» de nuestra sociedad cambiante, escuchaba hace poco un debate sobre la «corrección política».

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Lo primero que pensé es que ya el nombre contiene dos ideas que, tal y como van las cosas, ... empiezan a sonarnos incompatibles: «corrección» y «política». Lo que viene siendo un oxímoron. Es más, intrigada por saber de dónde había salido la susodicha locución, me dispuse a preguntar a Google, pero debí de teclear alguna letra mal y el ordenador inmediatamente me ofreció la opción «corrupción política», vamos, que le pareció una unión de palabras más natural y recurrente.

Sin embargo, el término ya no se refiere al sacrosanto oficio de quienes nos gobiernan, sino que ha pasado a describir el lenguaje o medidas destinadas a evitar ofender o poner en desventaja a grupos particulares de la sociedad. Hasta ahí todo bien. Sociedad, pensamiento y lenguaje van interconectados, se retroalimentan y se moldean. Por ejemplo, cambiar una costumbre conlleva una adaptación del lenguaje, aunque ya sería más discutible si solo con cambiar el lenguaje se consigue cambiar la costumbre.

El problema viene cuando de tanto girar terminamos llegando al mismo sitio y, al final, lo que se inventó para enriquecer la sociedad termina empobreciendo facetas como el arte, el humor y hasta nuestra forma de comunicarnos.

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Esto venía porque estas navidades ya no veremos 'Lo que el viento se llevó'. Ha sido tachada de políticamente incorrecta por mostrar una imagen amable de la esclavitud. Puestos así, se acabarían los wésterns, las películas de romanos, la mayoría de las comedias románticas –como 'Pretty Woman', que muestra una imagen también amable de la prostitución– y hasta Atapuerca, si nos ponemos.

En aras de la corrección política, el año pasado, en Canadá, se quemaron unos cinco mil libros. Entre ellos algunos de Astérix o de Tintín por considerar que mostraban prejuicios contra los indígenas. Para los que veneramos el libro como un objeto fetiche, la imagen resulta dolorosa. Conlleva, además, atroces reminiscencias pues, como dijo Heinrich Heine, «Allá donde se queman los libros, se acaba quemando personas». Tristemente la historia le dio la razón.

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La polémica de ahora es si, en un país pluricultural, multiétnico e híper-tolerante, es políticamente correcto celebrar la Navidad o puede resultar discriminatorio para los no creyentes o para los seguidores de otras confesiones. Igual habría que plantear una estadística indicando cuántos de los que corren a poner el árbol y la flor de pascua y a comprar langostinos y champán lo hacen porque, hace unos dos mil años, nació en Belén, de padres emigrantes, un niño que venía a decir a los hombres que se amasen unos a otros. Es decir, cuánto de religiosa le va quedando a esta celebración.

Servidora, en su ignorancia, cree que, si hacemos que todo sea ofensivo, al final, nada es ofensivo. Si todo es machismo, nada es machismo. Y así, con todo.

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