Soy rural, de campo si me apuran, adaptado a la vida de una capital de provincias porque llevo más tiempo viviendo en Badajoz que en el pueblo, pero tengo que reconocer que, igual que me siento como pez en el agua cuando piso el agro, ... también las grandes ciudades me producen fascinación.
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Hoy se cumplen años de aquella mañana en que desde un balcón del número ochenta y ocho de la calle Mayor de Madrid el anarquista Mateo Morral lanzó una bomba camuflada en un ramo de flores. Su destino era la carroza real donde se desplazaban los recién casados Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg.
Paseo por la acera donde estaba la pensión donde se alojaba, el balcón del atentado frustrado porque el ramo dio contra un cable del tranvía. Me digo que una ciudad como Madrid tiene que resultar por fuerza interesante para quien, como yo, disfruta con la historia. Al instante paso ante el mercado de San Miguel, y pienso de manera idéntica referido a quienes disfrutan de la gastronomía. Y luego veo a unos hinchas del Real Madrid que acuden ataviados con el atuendo del equipo camino de una pantalla gigante en el Bernabéu. Y esa noche las calles son todo ruido de bocinas, cánticos y voces de la multitud que se dirige a Cibeles.
Unas horas antes, mientras paseo por la calle, me cruzo con el escritor Javier Sierra, y a la mañana siguiente, en el desayuno, me tomo unas tostadas con café junto a la mesa donde Santiago Posteguillo mira en el móvil sus horarios de firma en la Feria. No hace ni dos minutos que he saludado a Luis Zueco y a Lucía Galán, «mi pediatra».
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Madrid es el lugar donde, según su presidenta, no puedes encontrarte con tu ex. No sé si es cierto, pero estoy seguro de que puedes cruzarte con tu actriz favorita. Es el lugar de las oportunidades y de los fracasos, de la historia, de la cultura, de la diversidad absoluta de gente de toda condición. Es una mañana dominical de compras y una noche de sin techos durmiendo a la intemperie sobre un cartón. Es ciudad de multinacionales y de hombres y mujeres que deciden el destino de la nación.
Pasas ante un hotel y te topas con cientos de jovenzuelas que aguardan a Justin Bieber, que se aloja allí. Paseas por el Paseo del Prado y ves que el Museo Naval ofrece una exposición que no puedes dejar pasar.
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Entre tanto estímulo, uno reserva para compartir mesa y mantel con amigos y conversa acerca de lo que cuesta vivir en Madrid, de cómo de difícil está la vida para quienes tienen un sueldo incluso por encima de la media. Y cuando te dicen los precios de la vivienda te dan ganas de regresar. Madrid es genial para una visita, pero díganme quién se puede permitir vivir de la M30 para adentro. Ni que los precios fueran proporcionales a las copas de Europa.
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