Recuerdan cuando, en lo más crudo de la pandemia, decíamos que de ella íbamos a salir mejores? Eran aquellas semanas en que estábamos confinados y a las 8 de la tarde nos asomábamos a puertas y ventanas para aplaudir a los sanitarios, a los policías, ... a los trabajadores esenciales, desde transportistas a cajeros de los supermercados, que arriesgaban su salud para sostener la vida. Le dábamos a eso de 'salir mejores' un sentido moral porque nos tomábamos la epidemia también como una oportunidad de aprender una lección. Nos gustaba pensar que era una especie de escarmiento hacia nosotros mismos, que éramos, la gran mayoría, gente que no habíamos sufrido los rigores de una guerra y que, por ello, estábamos escasamente preparados para enfrentarnos a una situación que pusiera en dificultades nuestra despreocupada manera de vivir. La epidemia, al fin, era el difícil trance que necesitábamos para que nos diéramos un tirón de orejas a nosotros mismos y nos obligáramos a ser más conscientes de nuestra insignificancia, de la torpeza del individualismo y de la ventaja que supone ir codo con codo con los demás.
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Ahora, cuando ya han pasado dos años y cuando los responsables sanitarios quieren convencernos de que la infección por covid se asemeja a una gripe para la que solo en los casos graves se necesita quedarse en casa, se ha demostrado que no hemos salido mejores ni se atisba por ningún lado el renacimiento que la humanidad iba a experimentar cuando domáramos el virus.
Ese 'hombre nuevo' moral tendrá que esperar, quien sabe si a una guerra. Pero eso no quiere decir que de la pandemia no esté surgiendo un 'hombre nuevo', y no precisamente mejor. Me llama la atención que uno de los conceptos que han florecido desde que se nos vino encima la covid haya sido el de 'nómada digital', que define a un nuevo trabajador que puede elegir dónde vivir porque no está sujeto a un espacio concreto para ganarse la vida. Lo que no podíamos imaginar es que junto a ese nuevo trabajador también esté surgiendo una mayoría de nuevos ciudadanos que están padeciendo las consecuencias del empleo de una tecnología que les está limitando severamente su libertad y birlando sus derechos. Frente a unos cuantos nómadas digitales, errantes y aventureros que han aprovechado en su beneficio las posibilidades de internet, hay millones de prisioneros digitales para los que internet está siendo justo lo contrario: el muro que les impide acceder a los servicios, públicos y privados. Los ejemplos abundan y el pasado domingo este periódico era un muestrario de lo que digo: en sus páginas 2 y 3 informaba de la imposibilidad de los vecinos de más de la mitad de pueblos en nuestra región de acceder a su cuenta en el banco por medios físicos; y en la página 6 nos ilustraba de los planes del SES para que sean ya siempre telemáticas gestiones que habían sido presenciales hasta antes de la pandemia.
No son cambios menores. En algunos casos, esos cambios hacen que perdamos nuestra condición de ciudadanos. No vamos hacia el 'hombre nuevo' sino hacia el 'súbdito nuevo'. Y, además, dándolo por inevitable.
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