![¿Cómo publicas sin mi permiso?](https://s1.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/202102/16/media/cortadas/op_tinoco-k9FF--1248x770@Hoy.jpg)
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La semana pasada, una de las corresponsales de este periódico tuvo que oír de una alcaldesa esta pregunta: «¿Cómo te has atrevido a publicar eso sin mi permiso?» La pregunta podría dar para elaborar una de las definiciones no académicas pero certeras de la democracia, ... esas de las del estilo del lechero llamando a la puerta de nuestra casa a las seis de la mañana, que dijo Churchill.
Siendo consciente de que ni de lejos tengo el talento de sir Winston, tal vez, aun arriesgándome, podría armar una definición de democracia como ese sistema político en el que no existen alcaldes que pregunten a un periodista '¿cómo te has atrevido a publicar eso sin mi permiso?' Si, además, resulta que lo que la periodista se atrevió a publicar sin el permiso de la alcaldesa es el anuncio de una oferta de empleo para los pisos tutelados de su pueblo que había sido publicada previamente en el Boletín Oficial de la Provincia, el asunto quizás diera para extraer de él algunas preguntas más, como qué significa exactamente la palabra 'pública' para algunas alcaldesas cuyo ayuntamiento aprueba ofertas públicas de empleo.
Episodios como este, de gente que tiene un cierto poder, aunque sea ínfimo, poniéndose campanuda con un periodista y pidiéndole cuentas por hacer su trabajo, son un clásico en este oficio: cualquier periodista con algún trienio en la Redacción de un medio informativo podría darles una charla sobre la chulería en sus diferentes versiones de ese tipo de políticos, que no son muchos, la verdad, pero los que hay son siempre de tres al cuarto. Estamos preparados, por tanto, para que nos pasen estas cosas. Pero no lo estamos –al menos yo no lo estoy,– cuando quienes piden cuentas a los periodistas por hacer su trabajo son los propios beneficiarios de la información, es decir, ciudadanos corrientes y molientes. Pues bien, eso es precisamente lo que les ocurrió, también la semana pasada, a dos corresponsales de esta casa, Lucio Poves y Ana Magro, cuando en la web del hiperlocal de Los Santos de Maimona tuvieron nada más y nada menos que el 'atrevimiento' de publicar el nombre de un joven paisano que había fallecido en un accidente de tráfico. Si tienen el tiempo y las ganas de acceder al sitio que ese hiperlocal tiene en Facebook podrán ver cómo algunos de los que se interesan por la información del accidente piden que se borre y llaman a sus autores, con sus correspondientes letras, morbosos, sinvergüenzas e hijos de puta y, cómo logran no pocos 'me gusta', seguramente por lo bien que insultan.
Por lo que se ve, Lucio Poves y Ana Magro no pidieron permiso sobre qué tenían que publicar. En este caso no a un político de medio pelo, sino a ese difuso, pero cada vez más numeroso, poderoso y peligroso para la democracia grupo de personas que parecen haber encontrado una justificación para vivir en indignarse ante no importa qué y, sobre todo, en la posibilidad de expresar lo ofendido que se siente, con cuanta más contundencia mejor, en las redes sociales, convertidas desde hace mucho en el gran cadalso de la aldea global.
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