No sé qué pasa con los puentes en Badajoz que siempre acaban siendo objeto de discordia entre políticos. No hace falta tener mucha edad para recordar lo largo y estúpido que fue el desencuentro entre el Ayuntamiento y el entonces consejero de la Junta Luis ... Millán Vázquez sobre la iluminación del puente Real para comprender lo que puede llegar a separar un puente cuando quienes tienen la obligación de ponerse de acuerdo se empeñan en lo contrario, anteponiendo su actitud sectaria al beneficio de los ciudadanos. Tal fue el caso del Puente Real, que estuvo años mal iluminado a pesar del peligro que suponía para la circulación, sin que eso fuera razón suficiente para que solucionaran el problema quienes tenían la obligación de hacerlo.
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Ahora surge otro episodio de desencuentro entre la Junta y el Ayuntamiento a cuenta del nombre del viaducto de la ronda sur que salva el Guadiana cerca de la frontera de Caya. Afortunadamente, se trata esta vez de un asunto que no va a repercutir en la vida de los ciudadanos. Pero que, a pesar de no tener importancia, haya desembocado poco menos que en una crisis institucional de nuevo entre la Junta y el Ayuntamiento pone de manifiesto lo bien dotados que estamos para cavar zanjas. Y no me refiero solo a los políticos; también a muchos ciudadanos, como demuestran las múltiples reacciones habidas.
Vaya por delante que el hecho de que ese viaducto tenga nombre es una extravagancia porque nada tiene de singular y ni siquiera formará parte de un paisaje urbano; hay decenas de viaductos como ese a los que nadie se le ocurre llamarlos de ningún modo. Lo que quiero decir es que nos podíamos haber ahorrado la polémica, porque no creo que nadie fuera a echar en falta que ese puente no tuviera nombre cuando transitara por él a 100 kilómetros por hora.
Este asunto es, por lo tanto, un error, incluido el desacierto de la Junta de pedirle opinión al Ayuntamiento para luego ignorarla hasta con displicencia, como se desprende de las palabras de Fernández Vara cuando zanjó la polémica diciendo «el puente tendrá nombre y se llamará 25 de Abril» (le faltó decir: «y punto»).
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Ahora bien, si a pesar de todo lo anterior la Junta se empeña, como lo ha hecho, en ponerle a ese puente el nombre de 25 de Abril, no seré yo quien se lo afee. Si acaso sí se lo afearía porque es demasiado hermoso para dedicárselo a un elemento, como he dicho antes, tan escaso de mérito. Si la Junta quería hacerle un guiño amistoso al país vecino podría haber elegido otro de mayor relevancia ciudadana. ¿Por qué no ponerle ese nombre, por ejemplo, a la Plataforma Logística, que va a tener incomparablemente más significación en la ciudad y más cercanía con Portugal? Por último, no entiendo cómo aquí pueda generar rechazo la fecha, hoy convertida en símbolo universal, que dio nombre a una revolución pacífica que puso fin a una dictadura y a un colonialismo que a Portugal costaba literalmente muchas vidas. Una revolución, además, que a nosotros, los españoles, nos dio esperanzas porque en aquella primavera del 74 Franco seguía vivito y coleando y los claveles portugueses también sirvieron para mostrar lo insostenible que era su régimen.
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