
El engaño de las palabras
Rafaela Cano
Viernes, 28 de marzo 2025, 23:25
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Rafaela Cano
Viernes, 28 de marzo 2025, 23:25
Corría el año 1627 cuando se publicó una de las obras más complejas de don Francisco de Quevedo (1580-1645): 'Sueños y discursos de verdades ... descubridoras de abusos, vicios y engaños en todos los oficios del mundo'.
Con un lenguaje crudo, ácido y mordaz no exento de ironía el autor de 'El Buscón' disecciona la sociedad de su tiempo atacando vicios, pecados y corrupción.
En una de las cinco partes titulada 'El mundo por de dentro' el poeta nos descubre uno de los peores vicios en que puede caer el hombre: la hipocresía.
El protagonista es un joven inexperto cuyo conocimiento del mundo se limita a lo que le muestran sus ojos. Un día conoce a un viejo andrajoso que se presenta con su nombre: El Desengaño. Este le invita a que lo acompañe a la calle mayor del mundo llamada Hipocresía en dónde, afirma «no hay nadie que casi no tenga, si no una casa, un cuarto o un aposento».
Así, los dos son testigos de varias escenas que suceden en la calle y el joven, dejándose llevar por sus sentimientos, se apena o se alegra por lo que contempla. Sin embargo, el Desengaño le demuestra que nada de lo que ve es verdad y que en el proceder de los protagonistas sólo hay fingimiento.
Pero si hay un lugar en dónde este tenga su asiento, sigue diciendo El Desengaño, es en el lenguaje y es mediante aquel que se demuestra la naturaleza del hombre y su deseo de engañar: «El zapatero de viejo se llama entretenedor del calzado; el botero, sastre del vino; el mozo de mulas, gentilhombre del camino…», le hace decir Quevedo.
Todos utilizamos eufemismos constantemente llamando por decoro pis a la orina; poco agraciado al que es feo por deferencia o persona discapacitada al cojo o manco por delicadeza.
Sin embargo, hay una parte de ellos que se utilizan con la única intención de manipular o engañar al ciudadano. Es el lenguaje político con el que, como decía George Orwell, se intenta defender lo indefendible.
Hace unos días en Europa se hablaba de aumentar el gasto en defensa y se aludía a ello con el término «rearme». Al presidente del gobierno no le gustó la palabra, así lo dijo, y prefirió usar un circunloquio «seguridad y capacidad de defensa».
De este vicio, decía Quevedo, no se salva ningún político. Y así para la antigua vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría la subida de impuestos nunca tuvo lugar en su legislatura sino que fue un «recargo complementario temporal de solidaridad» o «armonización fiscal»; durante al mandato de Zapatero nunca hubo crisis sino un «crecimiento negativo o desaceleración»; a Podemos le daba repelús usar las palabras «órgano de gobierno» y las cambiaron por «espacio representativo de la voluntad colectiva» que quedaba más moderno y democrático, dónde va a parar. Pero son muchos más los que diariamente utilizan nuestros políticos: la amnistía fiscal fue cosa del pasado pues es mucho más popular lo de «afloramiento de contribuyentes»; por lo mismo los jóvenes no emigran a otros países a trabajar, ahora es una «movilidad exterior», que queda más chic; los impuestos nunca suben sino que son un «gravamen adicional», el cupo catalán es mucho menor si usamos «financiación singular o pacto fiscal» y durante la pandemia no tuvimos toque de queda sino «restricción de movilidad nocturna».
Y es que como afirmaba Quevedo la calle de la Hipocresía empieza con el mundo y se acabará con él.
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