Corría el año 44 a. C. cuando Marco Tulio Cicerón (106 a. C.-43 a. C.) escribió 'De Amicitia' que puede traducirse al español como ' ... Acerca de la amistad'.
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En la obra el filósofo y orador romano nos explicaba que su amigo Ático le había pedido su opinión acerca de este sentimiento y él a través de las voces de varios interlocutores, aunque no deja de ser la suya propia, nos va desgranando este concepto, «es un regalo de los dioses, dice, que después de la sabiduría es el bien más preciado del hombre».
Entre otras muchas afirmaciones sostenía Cicerón que para que se dé este afecto, nunca se debe buscar en él algún beneficio, aunque, a veces, este pueda derivarse de aquella, pues a los amigos sólo deben pedírseles cosas honestas. Se debía basar, pues, en el afecto, la generosidad, la lealtad y la honestidad. Y hacía hincapié en esta última cualidad, pues, sentenciaba, «solo entre los hombres buenos puede darse la verdadera amistad».
Así que siguiendo las enseñanzas del filósofo romano podríamos resumir que tener amigos es indicio de ser bueno y que no tenerlos es signo de no serlo.
En la era en que se presume de tener 5.000 amigos en Facebook o un millón en Instagram (lejos estaba Roberto Carlos de pensar que esto pudiera darse) resulta que este aprecio desinteresado por alguien es el sentimiento más esquivo entre nosotros.
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A lo largo del tiempo se han forjado grandes amistades que han pasado a la Historia, rivales en el arte, pero amigos en lo personal: pintores que se piropeaban como Joan Miró y Pablo Picasso, escritores que se ayudaban Garcilaso de la Vega y Juan Boscán, cantantes emblemáticos que se confiaban secretos como Frank Sinatra y Sammy Davis o actores amigos desde la infancia como Ben Affleck y Matt Damon.
Pero, no nos engañemos, lo normal es que entre personas con un mismo trabajo u oficio no surja a menudo aquel «afecto personal, puro y desinteresado» que define el DRAE.
Pero si en alguna parcela de nuestra sociedad este sentimiento brilla por su ausencia es en la política. Y es que en el hemiciclo solo se es amigo de los de tu grupo político, pues confraternizar con un rival tiene su precio: pueden tildarte de condescendiente o arruinarte esa prometedora carrera que te augurabas.
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En política la amistad entre rivales no es un bien preciado y se mira con suspicacia porque, como se demuestra a menudo, de las personas que tenemos más cerca nacen los peores enemigos políticos.
Hace unos años un diputado de Podemos despidió en el Congreso a otro del PP, que iniciaba una nueva andadura, así: «Es usted una buena persona y le pone calidad humana a este sitio».
Estas pocas palabras que honraban tanto a quién las decía como a quién iban dirigidas no fueron aplaudidas por todas sus señorías y casi le cuestan el puesto en la lista al adulador.
La próxima vez que veamos a dos políticos, escritores, pintores,.. rivales en lo suyo conversando amigablemente y demostrándose afecto personal quizás podamos pensar que simplemente son dos buenas personas.
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Y es que como afirmaba Cicerón sólo entre los hombres de bien puede darse la amistad y es tan importante para el hombre que eliminarla es como suprimir el sol del universo.
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