El lento pero incesante ascenso, otra vez, de la pandemia de la covid, la subida imparable del precio de la electricidad y los combustibles, el repunte de la inflación y los problemas de suministro de diversas materias primas y componente electrónicos auguran un futuro inmediato ... muy poco alentador y todo ello da alas a un razonable pesimismo. Pero todo este panorama gris, tirando a negro, lo sería menos si tuviéramos en España un Gobierno fuerte y bien engrasado que hiciera frente a las dificultades mencionadas. Por desgracia, sin embargo, tenemos un Ejecutivo débil, mal avenido y sometido al constante chantaje de los diversos nacionalismos.
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Recién cruzado el ecuador de la legislatura, Pedro Sánchez ha convalidado los peores augurios sobre el 'Gobierno Frankenstein'. El Ejecutivo ha fracasado en, al menos, tres aspectos fundamentales de la política nacional al provocar, en primer lugar, una importante degradación de nuestras instituciones democráticas, seguido de un grave deterioro de nuestra economía y, finalmente, una profundización de la división social, producto de su insensata búsqueda de la polarización política.
La degradación institucional es observable en la constante invasión de los poderes legislativo y judicial por parte del Ejecutivo. Sánchez ha puesto en entredicho la autonomía de los tres poderes fundamentales del Estado al pretender supeditar el resto de los poderes a su Ejecutivo. No es esta una opinión subjetiva, ya que el Tribunal Constitucional, con sus recientes sentencias referidas a los estados de alarma, ha puesto en evidencia los modos autocráticos de nuestro presidente.
Desde el Gobierno de Sánchez también se ha precarizado la institución monárquica que representa la soberanía nacional, al dictado del nacionalismo golpista catalán y del radicalismo abertzale. Sánchez ha permitido, cuando no alentado, el cuestionamiento de la institución monárquica por parte de miembros de su coalición. La degradación institucional llega a su culmen con el abuso de la figura del decreto ley, que una y otra vez obvia las atribuciones del legislativo, solapando la actividad del Parlamento.
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Este sombrío panorama que presenta el estado de nuestras instituciones no pasa inadvertido a las instancias políticas internacionales y conlleva una clara usura de nuestra reputación internacional. Sin embargo, es el deterioro de nuestra economía lo que menoscaba de modo especial nuestra reputación como país. El sobreactuado e infantil optimismo de nuestro presidente, al pregonar la fortaleza y la robustez de la recuperación de nuestra economía ha quedado claramente desmentida por la Unión Europea. En lo económico, además, todas las reformas que cabría esperar de un Gobierno que se proclama reformista y progresista se limitan a la pura retórica.
Finalmente, cabe señalar como un logro (¿?) negativo del Gobierno de coalición el incremento de la polarización política que ha provocado una interesada brecha en la sociedad civil, que asiste incrédula y temerosa al aumento de la confrontación política entre bloques. La ruptura cultural e identitaria, incentivada desde el ámbito gubernamental, con la elaboración de leyes ideológicamente sesgadas, amplía la brecha política entre ciudadanos, deteriorando la convivencia.
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Ante este panorama un tanto desolador cabría mirar esperanzados a la oposición encabezada por Casado, pero el intento resulta baldío al constatar la ausencia de un regeneracionismo real y creíble. Con ocasión de la renovación parcial de los miembros del Tribunal Constitucional, Sánchez y Casado han actuado de manera burda y zafia dejando al descubierto su nula intención de regenerar el entramado institucional. La guerra intestina del PP en Madrid, además, es otra muestra de la incapacidad política de quienes nos gobiernan o pretenden hacerlo.
Hay razones para el pesimismo, pero todo sería peor sin Europa. Gramsci solía oponer al pesimismo de la razón el optimismo de la voluntad, pero mucho me temo que en la actual situación no nos baste con el optimismo voluntarista, que Pedro Sánchez parodia patéticamente. Es preciso que Europa se convierta en nuestra salvaguarda. Incluso al precio de que aparezcan 'los hombres de negro'.
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