No recuerdo ni tengo conocimiento de otra empresa que, en tan poco tiempo, haya acumulado tantas noticias negativas como la ya antigua Facebook. Estos sucesos ... empiezan cuando Frances Haugen, una exempleada de Facebook decepcionada con la compañía, la abandona y se lleva consigo documentos que evidencian negligencias. Estos 'Facebook Papers' exponen cómo la empresa tiene herramientas para crear dependencia que aumenten su consumo, contribuye activamente a la difusión del odio para aumentar la actividad o facilita la difusión de ideas muy polémicas por su rentabilidad (como los contenidos antivacunas, que destruyeron parte de los esfuerzos de vacunación contra la covid-19 en muchos países).
Una bancarrota moral en toda regla que, paradójicamente, casa con una envidiable situación económica. En este último trimestre, los ingresos han crecido un 35% respecto al año pasado (asciende la cifra a 29.000 millones de dólares) y los beneficios un 17% (9.000 millones de dólares). Es lógico que el precio de la acción no pare de subir. La ética lo tiene difícil ante esta economía. Cinco años de escándalos, pero la acción ha pasado de 131 a 321 dólares. Los usuarios siguen utilizando las herramientas de Facebook (WhatsApp, Instagram y la propia Facebook). Las empresas siguen anunciándose. Los inversores siguen metiendo su dinero en la organización. Siendo honestos, todos tenemos nuestro granito de responsabilidad.
En este convulso contexto, Facebook ha anunciado que cambia el nombre de la empresa a Meta. La herramienta social seguirá llamándose Facebook, eso sí. Es lógico que la compañía busque limpiar su imagen, así como avanzar su propia narrativa de empresa al metaverso, un concepto que muchos consideran será la nueva redefinición del ciberespacio. Tengo Facebook desde 2006. No hay que ser un erudito para darse cuenta que, como dicen los economistas, nada es gratis. Si me daban ese servicio tan potente a cambio de nada evidentemente es que yo mismo, mi uso y cesión de datos, es el producto. Pero decíamos que quiere cambiar su modelo de negocio. El modelo publicitario se agota. Entonces, ¿qué vendrá ahora?
No somos conscientes de las implicaciones de una tecnología hasta que no la usamos masivamente
Quizás la primera pregunta que nos debamos hacer es si el producto de red social seguirá siendo demandado. Yo creo que sí. De hecho, cada vez usamos más las redes sociales. Hay zonas del mundo donde su uso supera incluso las tres horas diarias. El dato me parece escalofriante. Las redes sociales nos dan lo que nos gusta. La dopamina es liberada cuando la gente reacciona positivamente a lo que uno dice. La oxitocina, a su vez, se libera cuando hay empatía. Ambos neuroquímicos nos encantan. La dopamina nos motiva y la oxitocina genera vínculos emocionales. Lo que sí puede cambiar es cómo ganar dinero de esta química. Veo dos opciones: la economía de los creadores y el metaverso que decíamos.
Hace unas semanas, el CEO de Instagram decía que ya no se definen como una aplicación para compartir fotografías. Pondrán el foco ahora en cuatro prioridades: el comercio electrónico, la mensajería instantánea, el vídeo y la economía de los creadores. Es decir, busca una mayor presencia del individuo en diferentes momentos vitales (comprando, creando arte o comunicándose), abandonando así el modelo publicitario masivo que le ha traído hasta nuestros días. Es un ejemplo más de por qué creo que estamos viviendo una transición del internet publicitario de los últimos diez años a un nuevo internet donde el que crea contenido ingresa directamente por ello.
Jakob Nielsen propuso en 2006 la teoría del 90-9-1. El 90% de los usuarios están cotilleando lo que el 9% poco frecuente escribe, pero fundamentalmente lo que el 1% muy frecuente escribe. Eso ha venido sucediendo con la gran mayoría de redes sociales generalistas que hemos tenido. Pero TikTok ha roto la regla: se calcula que ya el 55% de los usuarios generan contenido. Puede deberse esto a dos motivos: 1) los usuarios de internet nos estamos haciendo más participativos; 2) TikTok ha dado en la tecla de la sencillez para que la gente participe. Si Instagram y TikTok están apostando por ello, creo que es probable que se conviertan en un escaparate para que ganemos dinero con nuestras creaciones (vídeos, fotografías, relatos, juegos, etc.). El arte digital coleccionable (también llamado NFT) parece un camino a seguir.
La otra respuesta posible es el metaverso. En 2004 nació Second Life, un videojuego que permitía tener una vida virtual mediante un personaje o avatar. Ya por aquel entonces muchos relacionaban esta aparición con el concepto de metaverso, introducido por el escritor Neal Stephenson en su libro 'Snow Crash' de 1992. Era una idea que proyectaba tener un mundo virtual en el que los humanos pudieran interactuar. Es precisamente lo que ha hecho Facebook en Seattle. Ha alquilado locales quebrados por la pandemia y creado escaparates que con códigos QR redirigen el móvil del visitante a tiendas 'online' de la propia Facebook. A finales de este año, Facebook lanzará 'diem', una 'stablecoin'. Es decir, una criptomoneda cuyo valor se podrá traducir a la moneda oficial de cada país. De este modo, Facebook tendría ya un centro comercial, un sistema financiero y un medio de comunicación. De ahí a construir una vida digital íntegra no hay tantos pasos.
Actualmente nuestra vida virtual es una sucesión de interacciones con aplicaciones en 2D (Instagram, el banco, el pedido a un restaurante, Twitter, etc.). En un metaverso, la vida digital es un espacio continuo en 3D. Entras a trabajar, vas al banco, te transportas, tienes pareja, etc. Sí, suena a ciencia ficción. Pero ahí están muchas empresas ya entrando. Lógicamente las tecnologías de realidad virtual tendrán mucho que decir. La creación de mundos virtuales es apasionante para imaginarse en nuestras vidas nuevas opciones de interacción, aprendizaje, ocio, etc. Faltan cosas aún por ocurrir. Necesitamos sensorizar completamente el mundo para que eso ocurra. Pero la crisis de los semiconductores y la ausencia de chips es una buena metáfora de que este parece el camino.
A los humanos esta historia nos debe recordar que no somos conscientes de las implicaciones de una tecnología hasta que no la adoptamos masivamente. Y también nos debe recordar nuestra parte de la responsabilidad en lo que ocurre con Facebook. Por ejemplo, si comparten este artículo por WhatsApp.
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