El estado de salud del Papa Francisco empeora tras sufrir una crisis respiratoria

Para merendar, mi abuela me hacía una papilla de plátano, galletas y zumo de naranja. Es la misma papilla que, muchos años después, le hice ... al heredero. Y la misma que desayuna Carmen Lomana. Se lo contó a Virginia Drake en el XLSemanal. Leída la entrevista, ese puré de frutas es lo único que la ínclita y yo tenemos en común: a mí no me llevaron por las peleterías a elegir un abrigo de piel con cinco años (ni con cincuenta y cinco), ni tuve un ajuar completo por mi Primera Comunión. Pero diré a mi favor que, aunque no sea de cuna meneada, como dice Rosa Belmonte, todavía no me ha dado por pelearme en público: hace unos meses, Lomana la emprendió contra Ágatha Ruiz de la Prada, esta le contestó y se inició una guerra de pititas que aún continúa.

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Dirán ustedes que a quién le importa el tema, que vaya frivolidad. Y llevan razón. Pero prefiero hablar de tonterías que de los últimos acontecimientos desencadenados por los machos alfa del planeta. Patitiesa me tienen. A mí, a medio mundo y hasta a Christoph Heusgen, que lloraba el domingo al clausurar la Conferencia de Múnich. Sí, los hombres también lloran, pero las lágrimas del diplomático fueron una muestra de la impotencia europea ante lo que está sucediendo, ante lo que puede suceder. Y sí, claro que siempre ha habido oportunistas feroces que han hecho negocio con las vidas y las muertes de los otros, pero nunca de una forma tan chulesca, tan obscena y tan aplaudida por algunos, lo más desesperanzador. Eduardo Sánchez Junco, el mítico director de ¡Hola!, decía que la revista era «la espuma de la vida, lo que no tiene densidad ni peso». Por eso me quedo con los abrigos de piel de la niña Lomana y con la guerra de pititas. Lo otro pesa demasiado.

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