Es mucho lo perdido en el incendio de Puebla del Maestre. El fuego ha calcinado más de 1.000 hectáreas de dehesa. Se ha llevado por delante una gran extensión de valor ecológico, hábitat de especies singulares. La ruina se cierne sobre las fincas quemadas, ... en su mayor parte de pequeños propietarios. El paisaje de dehesa que se podía disfrutar en los alrededores de la Puebla es ahora un espacio dantesco, que hunde en la desolación y la melancolía a las gentes del pueblo y a quienes sin ser de allí tenemos una larga vinculación sentimental con él. Es una señal más de los tiempos recios de crisis y despoblación que asolan los pueblos de Extremadura. Como prueba definitiva de ensañamiento del destino con un pueblo, como puñal en el alma de sus gentes, ha muerto abrasada la Encina de las Reliquias. El mundo espiritual de la Puebla, el núcleo de sus sentimientos religiosos también ha sufrido las heridas de esta tragedia.
Tiempo habrá para evaluar lo sucedido, las causas del incendio y su magnitud, la identidad del miserable que prendió la llama, la actuación de las instituciones en la prevención y la extinción. Ahora toca reflexionar sobre la situación de las dehesas del entorno y su vulnerabilidad ante el fuego, que no es algo azaroso, sino responsabilidad de muchos actores.
Por una parte, en áreas de pendiente campa sin medida el matorral, y en gran parte el abandono absoluto, como hemos visto claramente en la zona en que más tardó en apagarse el fuego. Hay cantidad de broza que sirve en bandeja la calcinación. En las partes más llanas, en años excepcionalmente buenos como este, el yerbuno es increíble, pero también la cantidad de pasto susceptible de arder en verano y propagar el fuego a una velocidad de vértigo. Frente a todo eso, los cortafuegos convencionales de poco sirven. Eso sí, de este incendio podemos extraer una conclusión clara: un camino público, el de La Puebla a Pallares, muy bien acondicionado el año pasado, ha sido el cortafuegos definitivo en este sector.
La lucha contra el fuego no se da solo cuando este ya está en marcha, empieza mucho antes, con un diseño y manejo de las fincas, y de todo el territorio, que lo prevenga o que permita su extinción inmediata. En este sentido, debería ser una prioridad deslindar, recuperar y acondicionar los caminos públicos y las vias pecuarias, como estructuras territoriales de alta jerarquía frente al fuego en los términos de Puebla del Maestre, Montemolín y Monesterio. Caminos con márgenes desbrozados y con anchura suficiente para la maniobrabilidad de camiones de bomberos, además de accesibilidad, suponen de suyo una barrera enorme. Un cordel de los de la zona, con una anchura de 45 varas (67,6 metros), supone una brecha increíble contra el fuego si eliminan el matorral las brigadas antincendios en invierno y se somete a pastoreo temprano.
Las dehesas del futuro quizás deban adaptar también el diseño de sus cercas a la prevención de los incendios. En fincas de cierta extensión, parcelas longitudinales, de unos 100 metros de anchura, que vayan acompañando las lindes de las fincas, estén limpias de monte y se pastoreen intensamente a finales de primavera pueden convertirse, como veíamos con los cordeles, en una franja de protección importante.
El matorral es un verdadero problema en entornos mediterráneos cuando no se cultiva o roza el terreno. Conviene plantearse la reintroducción de la cabra como controladora del matorral, mediante sistemas de pastoreo GPS que reducen mano de obra. El coste de desmonte es elevado para las fincas, pero la inversión a futuro frente al riesgo de incendio es interesante si se conjuga este problema con la necesidad estratégica de energías renovables, como los biocombustibles. Es necesario apostar por calderas para el uso de la biomasa que supone el matorral. La instalación como experiencias piloto de digestores de metano del matorral desmontado podría ser una primera medida en los alrededores de las zonas que se han quemado.
En definitiva, pasado un periodo inicial de duelo y de solidaridad con los dueños de las fincas arrasadas, con sus familias y con todas las gentes de La Puebla, es hora de ponerse a trabajar. En Extremadura no sobran recursos, pero existen los mínimos imprescindibles y abunda el talento para encarar un futuro que, aunque problemático, está esperando que se afronte. Experiencias contra los incendios como el proyecto Mosaico en la Hurdes y los que empiezan a gestarse en el valle del Árrago y La Vera marcan la pauta para unos territorios que queremos dinámicos, resilientes y llenos de esperanza. Ese es el camino, y precisamente por recuperar los caminos públicos habría que empezar.
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