Plácido Domingo en julio de 1991 en el Teatro Romano de Mérida. HOY

Una sala de conciertos

ANÁLISIS ·

El Teatro Romano, antes reservado a artistas de talla indiscutible, hoy se entrega también a grupos con tirón de radiofórmula

Pablo Calvo

Cáceres

Domingo, 25 de julio 2021, 08:05

Fue Plácido Domingo -con José Carreras y Luciano Pavarotti-, quien puso de moda la presencia de los grandes tenores, hasta entonces recluidos en los teatros de ópera, en escenarios al aire libre y más o menos turísticos, con un repertorio en el que cabían desde las grandes piezas operísticas hasta la música popular. El formato se ideó en el concierto de las termas de Caracalla, como antesala del Mundial de Fútbol de 1990 y carácter benéfico (Carreras acababa de superar su leucemia). Pero la fórmula resultó todo un éxito, y aunque también hubo quien como Alfredo Krauss la rechazó por cierta banalización cultural, se estiró como un chicle para regocijo de los promotores de medio mundo. El propio Domingo cantó y ejerció de director de orquesta en 1991 en el Teatro Romano de Mérida, junto a Rostropovich, en otro modelo ideado para hacer llegar la música clásica al gran público.

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Treinta años después, el tenor regresa a la escena emeritense acompañado esta vez de la polémica de si se puede deslindar artista y persona, si cabe aceptar la obra aunque se rechace a su autor. Valga como ejemplo de la división de opiniones las dudas de la Junta: primero cedió a la Orquesta de Extremadura y luego la retiró.

Sin embargo, no cabe duda que desde el punto de vista estrictamente artístico, la presencia de Plácido Domingo sí estaría justificada. No puede decirse lo mismo de todos los que componen la cada vez más extensa programación del Stone&Music Festival, que ha logrado disponer, con la complacencia del Consorcio y las instituciones en general, del Teatro Romano como si fuera una sala de conciertos.

Lo que un día se reservó a la presencia de artistas indiscutibles y de talla mundial (todavía hay quien recuerda que se rechazó no se sabe bien por qué una actuación de Paco de Lucía), acorde a la importancia del recinto monumental, ha derivado en un pasacalles de grupos y artistas con tirón de radiofórmula, pero sin una trayectoria que justifique en todos los casos su presencia en el monumento. No se trata de ser elitista, sino de dar al patrimonio la importancia y el cuidado que realmente merece porque de lo contrario, y en no muy poco tiempo, perderá su valor diferencial.

Otros municipios extremeños languidecen en julio y agosto, pero Mérida es durante estos meses la ciudad más viva de Extremadura gracias al Festival de Teatro, que se acerca a las siete décadas de existencia para gozo del sector turístico, hoteles, bares, comercios. El Ayuntamiento emeritense justifica su cada vez más elevada inversión económica en el Stone&Music, 200.000 euros anuales (a lo que se suma lo que aporta Cultura), por el deseo de alargar este dinamismo también a septiembre. En realidad, la ciudad se beneficiaría de forma muy similar si los conciertos se celebraran con los mismos artistas en recintos menos exclusivos, con capacidad para más espectadores, aunque con un mayor nivel de riesgo si no se programan con el atractivo que les aporta el Teatro.

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Que las iniciativas privadas merecen el acompañamiento de las administraciones públicas está fuera de toda duda, máxime si repercuten de forma positiva en el conjunto de la ciudad; pero cabe preguntarse hasta dónde tiene que llegar ese apoyo, y si también se tiene que hacer depender del dinero público los beneficios de cualquier empresa, cuya esencia como es sabido es el riesgo.

Ya no estamos, además, en los tiempos en los que actividades culturales y deportivas se podían sufragar con alegría gracias a las ricas cajas de ahorros y su obra social, aunque sus aportaciones a menudo fueran alentadas desde las instituciones. Con ese respaldo comenzó también hace tres décadas el festival Womad en Cáceres (400.000 euros), desde hace tiempo convertido en un macrobotellón de primavera y muy debilitado el espíritu multicultural que lo inspiraba y le hacía diferente. Eso sí, la ciudad también se llena.

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