No lo digo yo, fue Don Quijote cuando derribó al Caballero de los Espejos, que no era otro que el bachiller Sansón Carrasco, su paisano. ¿Otra vez el manco de Lepanto? A ver, entra uno en el mundo de aquel soldado, o del otro, el ... Caballero de la Triste Figura, y todo lo demás le parece a uno fruslería, nonada y títeres sin cabeza.
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«Yo que tanto trabajo y me desvelo / por parecer que tengo de poeta / la gracia que no quiso darme el cielo». ¿Cómo se puede decir tan finamente que uno no puede rimar un triste pareado? En Cervantes siempre hay consuelo para sus minucias. Verdad eterna. Hombre, no fue tan diestro para los sonetos como Francisco de Quevedo, que lo mismo clavaba un soneto perfecto que manejaba el arte de la esgrima. Pero él hizo ese soneto con estrambote tan gracioso, el del túmulo, que termina: «fuese… y no hubo nada». Genial.
Y el que anda a trompicones con la economía, tanta gente hoy día, que se dé una vuelta por su biografía y de nuevo la enseñanza: hasta en las dificultades se encuentra resquicio para hacer algo bueno. Lo que sucedió es que él no hizo algo bueno. Hizo lo mejor que se ha hecho: 'El ingenioso hidalgo Don Quixote…'.
Repetimos. El primer párrafo nos ha embebido toda la vida. La mayor parte de la gente no entiende nada. ¿Salpicón las más noches? ¿Qué cenaba aquel hidalgo?
«Y amigo de la caza». A los ecolatristas les rechinan los dientes. ¿Hubo, hay otro ejercicio más noble? Recuerdo ahora a Constantino (olvidé el apellido) que flipaba con lo de «y en los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino». ¿Cómo pudo almacenar tanto léxico antes y después de huir a Italia? ¿O ya allí, amores napolitanos, enriquecía su verbo con lecturas nuevas? Vaya usted a saber.
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Porque luego Lepanto, la espada, la metralla, la muerte, el cautiverio, los Baños de Argel, cinco años… durante todo ese tiempo ya cocía en su magín la obra de las obras, el cuento en que pasan tantas cosas, que no pasa nada. Qué barbaridad, qué manera de templar la muleta. Miren: «Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos…». Dice que salía el sol, que amanecía. Pero cómo lo dice, vive Dios.
Qué cosas las de don Miguel. Amores de acá y allá, y va y se casa con una dama del pueblito de Esquivias, Catalina; pero… ay, sin qué ni para qué, al poco, desaparece y aparece en Sevilla. Recordamos ahora a otro que salió una noche a dar una vuelta y tardó cuarenta años en volver. Bueno, ese ni volvió, lo mataron los araucanos: Valdivia. Estos hidalgos de antaño…
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Mas he ahí que cuando la adversidad se presenta, aparece el talento. No podían quitarle la celada unas empleadas (izas y rabizas) de la venta. Y a él se le ocurre: «Nunca fuera caballero/ de damas tan bien servido / como fuera don Quijote / cuando de su aldea vino / doncellas curaban dél / princesas del su rocino». (Continuará).
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