Uno de los mejores amigos que ha pasado por esta vida fue Juan José Soria Llodio, vasco de Alcorta y Bilbao, aquellos años salmantinos. Tiempo después pasamos por San Sebastián. Sí, magnífico el Alto de Cruces, Arzak y todo aquello. Muy bonita una calle de ... Fuenterrabía, que ahora llaman Hondarribia; y luego, no hace tanto, Bilbao, San Mamés, el Guggenheim, etc. Amargura entre los dientes. Han pasado demasiadas cosas. La idílica idea de todo lo concerniente al País Vasco se ha diluido en dolor, estupor y desidia. Incluso, antaño, anegados de ignorancia, nos parecían osados aquellos jóvenes que apretaban el gatillo sin ton ni son. Claro que, a la postre, qué es eso de hacer las cosas escondido o a traición. Y hasta ahí llegamos. La riada de crímenes indiscriminados, chóferes, gente en la compra, una pareja de Sevilla y mil casos más, nos llenaron de tristeza el alma y la misma nos llegaba, nos llega, al borde de la boca.
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Dice el que fue jugador del Athletic, de la selección y de no sé qué más, un tipo polémico, que pelillos a la mar, que aquello ya pasó y que hay que olvidarlo. Qué fácil lo pone, qué desahogo, qué cara más pétrea. ¿Y así van quedar las cosas? Lo aseguró uno que fue presidente, el tipo más letal que se pasea, impune, por la vida, y lo confirma el de las chaquetas cortas y pantalones pitillo. ¡Ay de mi alhama!
Escribir de esto produce sarpullido anímico y malestar generalizado; pero ¿callar ante tamaña ignominia? ¿Hay que estar silente y enmudecido viendo pasar los días y los años sin que haya una respuesta contundente a tanto desvarío?... No escribo más. Se niegan hasta las teclas del ordenador, se seca la tinta de la pluma, se arruga el folio, se apaga la pantalla. Hay miles, tal vez millones de españoles (¿españoles?) que miran para otro lado y oídos sordos. Se me empoza el alma y me ahogo en un mar de espanto, dolor y tristeza. Hay demasiada gente sufriendo ante esa sinrazón que apagó la luz de casi mil personas. «Cortar ese dolor ¿con qué tijeras?». Hubo un Blas de Otero, un Gabriel Celaya, ha habido miles, los hay, de vascones de buen corazón, Diego López de Haro, Don Pío, y no digamos nuestro padre intelectual Miguel de Unamuno, al que esa gente ignora, denigra y denosta, porque no les daría la razón, ni el sentido, ni la justificación a todo el mal que han ocasionado, y ocasionan.
¿Pero qué le habremos hecho nosotros a esos tipos de pelo corto y aros en las orejas para que nos tengan tanto odio, y que no sientan nada más que alegría con nuestro dolor? Calcula uno que tanto desprecio y tanta mala saña contra nuestro país es porque hace cuarenta a años aquel señor de El Ferrol, que ganó la Guerra Civil, los tuvo más firmes que el palo de la escoba mientras vivió y no tuvieron lo que había que tener para hacerle frente. Total que se dedicaron a poner bombas y a tiros en la nuca. Pero ¿nosotros? Vamos, hombre. Ahí hay algo más. E inconfesable.
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