Los tambores y cornetas de la Semana Santa deberían estar sonando ya por las calles cacereñas si estos fueran tiempos normales, pero no lo son y por segundo año consecutivo la ciudad se queda sin lo que para unos es ante todo una manifestación religiosa, ... y para otros nada más (y nada menos) que una de las mayores fuentes de ingresos que recibe Cáceres. Ambas maneras de afrontarlo son válidas y demuestran que la pérdida de la Semana Santa le inflige a la ciudad un daño muy serio, ya se mire desde el punto de vista económico o espiritual.
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La Semana Santa se puede vivir de muchas maneras que van desde la devoción religiosa verdadera hasta la total indiferencia. Es posible incluso sentir rechazo por ciertas propuestas estéticas de escaso gusto surgidas en las últimas décadas en esa carrera que parecen haber emprendido algunas cofradías por destacar y diferenciarse. Hay quien es hincha de su hermandad como lo es de su equipo de fútbol. Los que conocen a fondo ese mundo saben que abundan la falsedad y la impostura, pero también que muchos cofrades sienten la Pasión de verdad como una tradición de raíces anchas y profundas, tanto que se extienden incluso fuera del ámbito puramente religioso. No es casual que las marchas y saetas de Semana Santa hayan sido usadas sin complejos para sus composiciones por músicos tan distantes en el tiempo y el estilo como Miles Davis, Joan Manuel Serrat o C. Tangana. Es una tradición arraigada en nuestra cultura que sigue apareciendo en todo tipo de manifestaciones artísticas consideradas de vanguardia porque los creadores la adoptan como parte de un legado común que les habla, que tiene sentido.
El Cristo Negro y el Museo Helga de Alvear no son excluyentes entre sí, sino que se complementan y juntos hacen de Cáceres una ciudad más interesante. Quienes miran a uno u otro por encima del hombro cometen el mismo error: no comprender ni esforzarse por hacerlo. Decir que una determinada pieza de arte contemporáneo es solo un montón de chatarra es igual de estúpido que ver en la imagen del Nazareno un simple trozo de madera. Seguramente los artistas que crearon ambas obras se entenderían mejor entre ellos, pese a sus cuatro siglos de distancia, que quienes las critican llevados por sus prejuicios y por un concepto muy estrecho de lo que es la cultura.
Si Cáceres es capaz de conservar y defender la pureza de sus mejores tradiciones al mismo tiempo que sigue abriendo la puerta a la vanguardia y la innovación estará en el buen camino para convertirse en una ciudad moderna y sofisticada, un perfil que se ajusta como un guante a los planes que hay sobre la mesa para iniciar un desarrollo industrial basado en las energías verdes que mejore el atractivo de Cáceres no solo como un sitio para visitar, sino también para establecerse en él con buenas perspectivas de futuro. Y si además sale adelante el complejo budista, sería ya para nota.
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