Sobrevivir al escándalo
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Ni a los monárquicos más entusiastas les es posible ya disculpar al rey Juan Carlos. A medida que se conocen más datos de la presunta corrupción económica que le ha rodeado se van apagando las voces que en principio le defendían. Persiste la idea ... de separar su gestión pública, su papel clave en la Transición, que lo tuvo, de su actuación privada. Pero es complicado hacer ese deslinde cuando estamos todavía conociendo unas irregularidades económicas graves, desde las donaciones no declaradas al impago de impuestos.
Es curioso comprobar cómo en pocos años Juan Carlos I ha pasado de ser la figura intocable de cuyos errores no se hablaba en público, a ser objeto de crítica implacable, condenado incluso antes de que se le someta a juicio.
Es probable que el rey emérito sea el primer sorprendido de que algunos de los que presumían de estar en el secreto de sus relaciones amorosas y sus negocios privilegiados con la monarquía de Arabia Saudí (y se las aplaudían) ahora, levantada la veda, se hagan de nuevas y se escandalicen. «Qué escándalo, aquí se juega», decía el jefe de policía corrupto de la película Casablanca. Aspavientos similares están haciendo algunos periodistas y políticos de la Corte cercanos al viejo Rey cuando se hace pública su vida y sus cuentas poco edificantes.
No haría falta decir que el primer responsable de todo este embrollo es el propio Rey. Se creyó impune, pensó probablemente que la España de hoy era la de hace 50 años y, halagada su vanidad por un entorno complaciente, no creyó nunca que la sociedad de 2020 le iba a pedir cuentas. Se equivocó de siglo. No se dio cuenta de que si en 1990 a los españoles no les salía de ojo que un jeque árabe le regalase un Ferrari, otro un yate y el rey de Jordania una mansión en Lanzarote, en 2020 las exigencias éticas no son las de los cuentos de Aladino.
Diga lo que diga la justicia, que tardará en pronunciarse, la opinión pública, que antes le veneraba, ya ha condenado a Juan Carlos I por sus correrías económicas.
La incógnita estriba ahora en qué consecuencias va a tener este escándalo en el futuro de la Monarquía; si Felipe VI será capaz de superar el golpe que supone la actuación de su padre y lograr el respaldo mayoritario de los españoles.
No es una tarea fácil. El sentimiento republicano, la idea de que es más democrático elegir al jefe del Estado, había ido prendiendo en España en los últimos años, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Las revelaciones nada honorables que estamos conociendo sobre Juan Carlos I no ayudan precisamente a hacer monárquicos. La argumentación de que Felipe VI no es como su padre no es suficiente. O los ciudadanos sienten que la monarquía es útil (algo que sí se vio tras la muerte de Franco), o la afección por la Corona irá decayendo. La campaña de Unidas Podemos en favor de la República prenderá mucho más allá de sus votantes si la Monarquía no logra convencer a una mayoría de que sus representantes no solo tienen un comportamiento ejemplar, sino que la institución es beneficiosa para el país. A Felipe VI le toca lograr la difícil misión de que la Monarquía sobreviva al escándalo.
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