
El mundo ha cambiado mucho durante el nefasto 2020 y lo que llevamos del actual. La covid-19 ha afectado a millones de personas aunque ... de distinta manera, pues depende bastante de en qué zona del globo se viva. Mientras que los países enriquecidos están vacunando a su población a un ritmo considerable (Israel, Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea son claros ejemplos); en otros, de áreas geográficas de África y América Latina, apenas se está inoculando ningún suero o incluso ni han empezado. Mecanismos como Covax –que intenta combatir esa injusta redistribución– no acaban de tomar impulso y la liberación de patentes ha de ir más allá de una mera declaración de intenciones de los estados del norte. La pandemia ha agudizado situaciones de vulnerabilidad que ya existían previamente en España pero, sobre todo, en países de África, Asia y América Latina. Además, durante las últimas semanas asistimos a una escalada de violencias en diferentes partes, las cuales tienen a Colombia y Palestina en el punto de mira. A ello se suma la llegada masiva de migrantes a la frontera sur europea y las posturas adoptadas al respecto por Marruecos, el Estado español y la propia UE. Se trata de tres escenarios de la geopolítica internacional que bien podrían representar las movilizaciones y acciones emprendidas por colectividades, da igual el lugar, que están hartas de tanta desigualdad, pobreza impuesta, racismo institucionalizado, discriminaciones, corrupción, violencias múltiples, abuso de poder e impunidad.
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Desde el 28 de abril siguen resonando las masivas manifestaciones del pueblo colombiano que, más empobrecido aún por la covid, sale a las calles de manera pacífica para exigir al gobierno el fin de la desigualdad, del racismo estructural y la consecución de una paz verdadera y justa, en positivo, cumpliendo con los acuerdos firmados con las FARC en 2016. Dado que el ejecutivo colombiano, desde hace décadas, no garantiza unas condiciones de vida dignas, la gente perdió el miedo y su grito brama con más fuerza, pese a las restricciones impuestas por el coronavirus. La respuesta del presidente Iván Duque ha sido una brutal represión por parte de las fuerzas de seguridad, entre las que se encuentra el cuestionado escuadrón antidisturbios señalado por las muertes de manifestantes: el Esmad. Saltando de continente, los atroces bombardeos a la población civil de Gaza cometidos por el gobierno israelí son solo un pequeño modelo de lo que ocurre en Palestina, en el contexto de una crisis política y humanitaria de larga duración. Tanta que se remonta a 1948, cuando el Estado israelí inició la ocupación ilegal de tierras habitadas por palestinos. Estas prácticas de Israel, enmarcadas en su estrategia de apartheid y ocupación, no serían posibles sin la impunidad que les da saberse no cuestionados por gran parte de la comunidad internacional, y creer que sus vulneraciones flagrantes de derechos humanos no tendrán efectos para ellos.
Los recientes hechos acaecidos en Ceuta adquieren diversas lecturas. Las administraciones argumentan las dificultades para gestionar la situación, al igual que sucedió en Canarias meses atrás, con cientos de personas hacinadas en el muelle de Arguineguín, en Gran Canaria; o en los campos de refugiados de la isla de Lesbos, en Grecia. Un panorama mediático y político que no incide en claves estructurales, en los motivos para emprender el viaje: cuál es su situación –tan desesperante ha de ser– para poner en riesgo su vida y la de sus hijos. El hecho de llegar vivo a tierra firme es un milagro. Las causas para migrar no son ajenas a nadie: conflictos armados, persecuciones, pobreza y desigualdad... Un racimo de motivos que se han visto potenciados por la crisis económica derivada de la pandemia o acuerdos comerciales perjudiciales. Una muestra de esto último la hallamos en Senegal, cuyos acuerdos de pesca con la UE, reeditados en noviembre de 2020, esquilman sus recursos y, ante la falta de oportunidades y la corrupción generalizada, con unas élites egoístas y alejadas de las necesidades de un pueblo empobrecido, se promueve la huida de sus habitantes para lograr un mejor futuro. Buscarse la vida, trabajar, completar un proceso migratorio es un derecho fundamental para cualquier ser humano; y la respuesta de Europa se traduce en trabas, bloqueos y expulsiones.
Nos enfrentamos a un clima de creciente polarización y enfrentamiento enconado, no solo aquí, con un blanqueamiento de los discursos de odio, racistas, xenófobos e islamófobos, de dirigentes y partidos políticos de extrema derecha, que legitiman sus narrativas excluyentes. Linchar a una minoría o perseguir a un colectivo marginado, o a un individuo de estos grupos, por desgracia, se va extendiendo. Sin embargo, al mismo tiempo, nunca sido tan fácil como ahora aprovechar las herramientas en internet para (in)formarse, sensibilizar, generar conciencia y movilizarse. En un tablero de ajedrez global controlado por las incertidumbres y los desafíos (la emergencia climática y el injusto reparto de las riquezas en el mundo estarían en la cúspide), no hay más alternativas que jugar y apostar por una auténtica solidaridad y una cooperación fuerte, para ganar la partida a las desigualdades y a otras formas de violencia. La historia de la vida en la Tierra no puede entenderse sin recurrir a la solidaridad y la cooperación, imprescindibles para la evolución de las mejoras de las condiciones de vida de la colectividad. El escritor uruguayo Eduardo Galeano ya nos lo planteaba así en sus lúcidas palabras: «La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo». Las ONGD proseguimos nuestra función, a la que animamos a sumar más voluntades, en pro de la tolerancia, la paz, el diálogo, la participación real, arrinconando a los intolerantes y apostando por alcanzar en el planeta una primavera democrática, de justicia social y progreso igualitario con que soñaron tantas personas, entre ellos los reformistas de la II República y los cientos de miles de personas que nos dimos cita hace justo una década en calles y plazas. Los aprendizajes del 15M son otro revulsivo más que nos hace vislumbrar que, a pesar de los nubarrones, con un trabajo solidario, empoderado y colectivo, el sol puede brillar para toda la humanidad.
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