La señorita Falcó, o sea, Tamara, apareció trasantier en loor de multitudes periodísticas para hablar de su próximo enlace matrimonial. (Fíjense en la diferencia: la ... gente corriente se casa; la gente bien, celebra el enlace matrimonial). Pues bien, en el transcurso de la imponente rueda de prensa, alguien se atrevió a preguntarle que cuándo pensaba quedar embarazada. Como si eso, a los cuarenta, fuera cosa de coser y cantar.
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En efecto, la biología es inexorable: no hace falta ir a Salamanca para saber que las posibilidades de ser madre van disminuyendo con la edad. Por cierto, cuando yo cursé dicha disciplina, tocoginecología, en Salamanca precisamente (sé que me van a apedrear), una mujer era considerada primípara añosa a los 28 años. Pido perdón, pero eso dijo el profesor. No sé por dónde andará la cosa actualmente, pero lo cierto y verdad es que Tamara tiene sus añitos. Para ser madre por primera vez, quiero decir. Tampoco descubro nada si digo que la ‘avanzada’ edad es la principal razón por la que cada día hay más mujeres que tienen que recurrir a la reproducción asistida, bendita sea. Bendita sea, porque gracias a la misma, cientos, miles de ellas consiguen el sueño de su vida: el más grande que pueda vivir una mujer (estoy muy a gusto siendo hombre, pero no me hubiese importado ser mujer para sentir el bien supremo de ser madre). Total, que lo de Tamara me ha servido para decir que las clínicas de reproducción asistida, con sus milagrosos tratamientos, están proliferando como hongos.
Y aquí viene la otra parte. Así como las posibilidades de quedar embarazada van disminuyendo con los años, por contra, una mujer joven es capaz de quedar a las primeras de cambio. Cuando antaño, era frecuente que la mujer diera a luz a los nueve meses y pico de la boda (yo nací a los nueve meses y diez días). O sea, que ya me entienden. Sucede empero que muchos de esos embarazos no son deseados, de modo y manera que la mujer decide recurrir a la interrupción del mismo, asunto tan de actualidad por estos días: el Tribunal Constitucional acaba de considerarlo como un derecho de la mujer (no entro, ni es mi cometido, ni se me ocurre entrar en la valoración moral de tal práctica).
Que adónde quiero llegar. Se lo pueden imaginar. Que mientras miles de mujeres, frisando los cuarenta, recurren esperanzadas a la reproducción asistida, miles de jóvenes, mayormente jóvenes, optan por interrumpir su embarazo. Cien mil el año pasado, según se acaba de publicar. No me digan que no es impactante. Bien podría suceder que el día menos pensado se den ambas tesituras en la misma persona: mujer que a los veinte interrumpiera su gestación, y que a los cuarenta acude anhelante a una clínica de reproducción asistida.
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Curioso mundo el nuestro, en el que muchas mujeres son madres a la edad en que, a pocos kilómetros, en Marruecos, son ya abuelas.
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