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Tamara en tiempos revueltos
Incluso en ese metaverso irreal de mundos impecables la sinceridad, la lealtad o la ternura no consiguen sobrevivir ni un mísero nanosegundo
ana zafra
Lunes, 3 de octubre 2022, 07:53
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ana zafra
Lunes, 3 de octubre 2022, 07:53
El mundo se derrumba y tú y yo nos enamoramos», dice Ilsa a Rick mientras las tropas alemanas entran en París en 'Casablanca', esa película que tiene frases para casi todo.
Eso mismo pensó servidora la semana pasada ante una resplandeciente Tamara Falcó luciendo anillo ... de compromiso –«engagement» en palabras de su, por entonces, prometido–.
El mundo se derrumba. La inflación nos come; las mujeres mueren, en un país no demasiado lejano, por llevar un pañuelo mal puesto; los hombres rusos huyen –no tanto por pacifismo como por cobardía– para no tener que ir a la guerra… y las redes sociales, empiezan a hervir con la boda de la marquesa de España. ¡Qué bonito es el amor! –me dije– ¡Qué consuelo un rayo de sol entre tantos nubarrones!
Pero hete aquí que, quebrantando la tradición «refranil», esta vez ha sido en casa del rico donde ha durado poco la alegría porque resulta que el príncipe azul se estaba poniendo morado con otros, menos cándidos y probablemente más rojos, labios. Como, al parecer, era imprescindible que todos viésemos al tal Íñigo en acción, el vídeo copó televisión y redes hasta que la hiper-intelectual Tamara sentenció «Que sepas que me da igual si han sido seis segundos o un nanosegundo en el metaverso, como esto sea verdad, aquí se acaba todo». Frase que quedará en los anales de la historia y que motivaría al propio Einstein a formular una nueva teoría para resolver la equivalencia de dicho periodo virtual en el mundo de los mortales.
Inasequible al desaliento, servidora sigue empeñada en creer en el amor eterno, como otros creen en las criptomonedas o en la transustanciación de los impuestos. Pero ¡qué difícil se lo están poniendo! Casillas y Sara, Brad y Angelina, Paula y Bustamante, Shakira y el dinero –¡ay, no, que este sí es verdadero!– Piqué, quería decir… todo a mi alrededor apunta a la caducidad hasta de los más puros sentimientos.
Corroída por tanta frivolidad, me sumergí en la prensa seria. Ahí, entre cascotes y polvo, la noticia del reencuentro entre un prisionero ucraniano liberado y su novia, tras cuatro meses separados, operó en mi, casi escéptica, mente una reconciliación con Cupido. Ella, 22 años, él mutilado desde que en 2017 manipulaba un artefacto de guerra cuya explosión le arrancó un ojo y una mano. Ahora, mientras él permanece ingresado, intentando curar más las heridas del alma que las del cuerpo, retoman su amor y sueñan con casarse, aunque sea, sospecho, sin anillo de diamantes.
Comparando ambas historias pensé que, quizás, paradójicamente resulta más fácil amar la crudeza de un cuerpo mutilado que la aséptica pulcritud de la carne pecuniariamente moldeada. O que, igual, el amor quiere una intimidad que, extrañamente, se reproduce mejor entre bombas que entre focos. Incluso que en ese metaverso irreal de mundos impecables y sonrisas perfectas la sinceridad, la lealtad o la ternura no consiguen sobrevivir ni un mísero nanosegundo.
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