Año nuevo, víspera de reyes de ilusiones y de buenas intenciones, de dietas, de gimnasios, de píldoras mágicas que nos hagan parecer más jóvenes y lozanos, inmortales.

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Tiempos de cuestas y cuentas, de sentarse a reflexionar y hacer balance.

De intentar escribir, aunque haya momentos ... que nada me venga a la cabeza y tan solo tenga claro que no quiero escribir de política porque me parece tan mezquina y dañina que el seguirla cada día me afecta negativamente. Tenía preparado un artículo sobre el bloqueo institucional, por lo anticonstitucional del tribunal que debiera defender nuestra Carta Magna, pero al final solo iba a generaros mal cuerpo, a vosotros, a quien menos lo merece. Pero no, he decidido dejar de ver telediarios, cerrar Twitter más a menudo y ser más abstemio en lo que a información se refiere. Cuando analizas una noticia y la comparas en los distintos medios de desinformación realmente llegas a preocuparte por la enorme manipulación que sufrimos y lo vulnerables y maleables que somos ante las fuentes a las que aún, en el germen de la memoria, guardamos respeto. Hace tiempo conocí un interesante personaje que vivía como en una especie de círculo concéntrico dentro de nuestra sociedad, aislado de manera voluntaria de las noticias.

Era una persona capaz de definir por sí mismo la palabra felicidad, y hace tres o cuatro días, después de la vorágine de comidas, cenas, celebraciones y cavas me fui con mi mujer y mis hijas a la Villa. Sin ver tele, sin leer redes ni periódicos, en plan museo, teatro, paseo y algún restaurante interesante y, aunque no conseguí ni siquiera parecerme al tipo de la felicidad, me acerqué peligrosamente a su semejanza. Una visita guiada a El Prado, el Método Grönholm, una copa en Chueca, un paseo por el Madrid de los Austrias y degustar un donut relleno de cocido pueden hacer que roces el clímax con los dedos.

Eso y la ausencia de noticias.

Han sido dos días, dos días maravillosos de los mejores desde hace tiempo sin hacer nada extraordinario. Sin ningún hecho memorable que contar, tratando aposta de que fuera así.

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Creo que, por respeto, esta columna lleva un tiempo sin ser estrictamente de política. No lo necesito, no me viene bien y pienso que al gentío le viene mejor que cuente esto y no lo inhumano que puede parecer Marlaska, lo bisoño de Feijóo o la prepotencia de Sánchez. Volvamos a ese Madrid cosmopolita sin Ayuso, con sus calamares, sus teatros o sus atascos, con el mejor museo del mundo y esa boina de contaminación que es aire fresco para el neo catetismo provinciano de ciudades en las que, como en la nuestra, nunca pasa nada.

Bueno, excepto que juegue el Cacereño con el Real Madrid en un campo (nunca mejor dicho) que, a pesar de ser cinco metros más ancho que el Santiago Bernabéu, no reúne las condiciones ideales para los delicados pies de los galácticos de tito Floren, pero es lo que hay.

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Eso… y el tren para volver.

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