

Secciones
Servicios
Destacamos
Como pertenezco a esa generación bisagra entre los milenial y los boomers (nos llamaban X, creo), ando un poco a medio camino entre los tercos ... hábitos del siglo XX y las innovaciones del XXI, de las que nadie, voluntariamente, quiere descabalgarse. Me visualizo a mí misma con el periódico de papel en una mano y el móvil en otro, como si fuera la metáfora humana de una transición aún incierta. El caso es que soy una señora con Whatsapp que aún teclea solo con una mano y todavía (¡oh, cielos), hago llamadas de voz, pero tengo que reconocer que cada vez menos.
Hablar se ha convertido en un lujo inalcanzable que hemos sustituido por una comunicación bastarda a base de textos mal escritos, tiroteo de audios, memes prefabricados o la publicación de estados efímeros para comunicar al mundo, no a nadie en concreto, de qué humor estamos o la súper excursión que hemos hecho. ¿Llamar por teléfono? Psss, yo misma me he autoengañado pensando que es un acto con cierto riesgo ya, una especie de incursión en la intimidad del otro que solo puede justificarse por una urgencia, por algo realmente grave. Y así andamos, conformándonos con un 'ola k ase', cuando no con la carita redondita y amarilla que dibuja un beso frío como un pez.
El pasado día 21 de enero, como media España, di positivo por covid después de haber infravalorado algunos síntomas evidentes que se estaban reproduciendo en mi cuerpo. Sin dramas, aunque con el respeto mínimo que requería la situación, iniciamos siete días de confinamiento familiar con dolor de cabeza, algo de mocos y gargantas inflamadas. Poca cosa para todo lo que se ha sufrido en estos dos años, pero sí un nuevo e indeseado parón en una vida cotidiana que bastante se había visto enrarecida ya.
De pronto, tras notificarlo en los grupos de confianza, (con foto incluida de los test con sus dos buenas rayitas), aquellos días sonó más el teléfono y lo agradecí como cuando el día de mi cumpleaños mis tíos y primos, con los que no hablo nunca, me felicitan de viva voz. Llamaban amigos, compañeros de trabajo y familiares solo con la intención de preguntar qué tal y charlar un rato, mitigando el agobio de un nuevo encierro, casi dos años después del de aquella infausta primavera de 2020. Y el tiempo, ese tiempo que parece que ahora racionamos con tacañería, como si fuera un bien escaso, como si tuviéramos que dedicarlo a no se qué cosa tan importante, se expandía en conversaciones de esas en las que se pueden matizar ideas, sondear estados de ánimo, escarbar en las emociones o atisbar las alegrías o penas del otro. La voz, menudo espejo. Me la vas a comparar con una galería de emoticonos o con un chat a trompicones en el que mientras tú respondes a algo el otro ya te ha sacado otro tema.
No soy nada original si traigo a colación la imprescindible novela 'Momo' de Michael Ende y sus hombres grises, esos que tenían como misión robarnos el tiempo. Yo cada vez los veo más por todas partes: en el bombardeo de mensajes, en tener que tenerlo todo y todo rápido, en que lo urgente se coma a lo importante y nos pasemos el día como el conejo de Alicia en el País de las Maravillas. ¡Dios mío, voy a llegar tarde! Hablar es lo que tenemos que hacer más, con calma, sin miedo a molestar. No te lo pienses, llama.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Descubre la fruta con melatonina que te ayudará a dormir mejor
El Diario Vasco
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones de HOY
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.