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CAMINO A ÍTACA ·
TROY NAHUMKO
Sábado, 10 de abril 2021, 11:33
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CAMINO A ÍTACA ·
TROY NAHUMKO
Sábado, 10 de abril 2021, 11:33
Parecía obvio que la pobre mujer había bebido demasiado y, viendo cómo los parroquianos del bar la evitaban, probablemente no era la primera vez que ... su cara terminaba en un cenicero. Seguimos la estela a los lugareños y continuamos ninguneándola, hasta que de repente se tambaleó sobre la barra, llevándose algunas botellas de otros clientes en el proceso, y repitió lo que había estado mascullando durante la última media hora: «Malditos yanquis, ¡me robasteis a mis negros! ¡Bastardos! ¡Os llevasteis a mis esclavos!».
Debo admitir que estaba un poco confundido. Al principio, no tenía ni idea de qué estaba hablando ya que soy canadiense. Pero ahí estábamos, descansando entre los pases de un concierto en un bar en el estado sureño de Arkansas, cuando me di cuenta de que era obvio que la mujer había oído el acento de mi compañero. Un acento que le marcaba claramente como alguien que había crecido en uno de los barrios de Nueva York que pueden verse en las películas de gánsteres de Hollywood. Fue al oírlo cuando decidió dirigir su rabia borracha hacia nosotros.
Misterio resuelto, aunque yo seguía confundido.
¿Qué había estado bebiendo esta mujer que la llevó a creer que algo que había sucedido hacía más de un siglo era una afrenta personal? ¿Qué tipo de narcisismo egoísta le permitió creer que un hecho histórico que había sucedido hacía tanto tiempo era la causa principal de sus problemas? ¿Qué tipo de sustancias había ingerido que la llevaron a pensar que era una combatiente real en una guerra que había muerto hacía mucho tiempo? Peor aún, ¿qué tipo de persona querría identificarse con algo tan abominable y horrendo como la esclavitud? Sin embargo, ahí estaba ella, tambaleándose cual pez en el cada vez más grande charco de cerveza de encima de la barra. Algo había fallado drásticamente en su camino.
Ella no está sola en su pérdida. Hace apenas unos meses vimos masas enfurecidas ondeando banderas nazis asaltando el edificio del capitolio de Estados Unidos. Una bandera que simboliza una ideología contra la que murieron luchando medio millón de sus antepasados. Una bandera que representa los horrores de lugares como Auschwitz y Dachau. Encienda la televisión y verá manifestantes LGTBQ vistiendo orgullosamente camisetas del Che Guevara, identificándose con un régimen que los habría enviado a campos de trabajos forzados o quizás incluso, ejecutado. O los neocomunistas nostálgicos tuiteando en sus iPhones sobre la necesidad de deshacernos de la propiedad privada antes de acomodarse para ver Netflix en la segunda vivienda que han comprado sus padres. Más cerca de casa, los políticos y sus acólitos hablan de ganadores y perdedores de una guerra que se libró hace generaciones, donde en realidad solo hubo perdedores entre las masas. Sin embargo, todavía se habla de «tu lado» y «el mío», como si sus peinados cabellos hubieran sufrido los piojos de las trincheras.
Obviamente, pueden seguirse las ideas del pasado, al igual que pueden rechazarse. Pero reclamar estas como propiedad, afirmar de alguna manera la membresía de uno como parte de algo del pasado parece tan delirante como esa pobre mujer que se retorcía en la barra de un bar perdido de Arkansas.
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