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No estoy entre los que aseguran no arrepentirse de nada de lo que han hecho en su vida. Si existiera la moviola, yo evitaría lugares ... donde he estado, no haría cosas que he hecho, no diría mucho de lo que he dicho y evitaría a gente que he conocido, porque no reconocer el error es confundirse dos veces. En una ocasión recorrí 800 kilómetrospara presentar un libro de alguien a quien no conocía… ¡Un compromiso idiota! Previamente, había leído el libro, subrayado, analizado, sacado notas… Al concluir el acto estaba convencido de que había sido un error, porque el autor es un tipo vanidoso, pedante y sobre todo, desagradecido. ¿No es para estar arrepentido? En algún tramo de mi vida defendí trincheras que no eran mías y postulados que no me pertenecían, pero eso me enseñó porque, en la base de mis errores está la cimentación de mis aciertos.
Ser independiente es una opción personal, aunque creo que los mayores defensores de la independencia somos los que no siempre hemos gozado de ella. No voy a caer en el lamento del monje que abandona el convento y oye a sus espaldas el portazo, porque quedar a la intemperie, apartándote de todo gremio, asociación, club, redil, confesión… es algo que te endurece la piel del alma. Situarte en una isla te deja aislado y desasistido del calor de la manada y, si careces de «vecinos», no tienes a quien pedir perejil, porque la soledad es dura y paga peaje. No hay perdón para el que se atreve a salir del aprisco, pensar sin ataduras o abandonar la secta.
Opinar con libertad conlleva el riesgo de no contentar a la tropa y nadie va a defender una causa que casi siempre resulta incómoda para todos. Si optas por la libertad, renuncias a los beneficios del gremio y eso, aparentemente, te hace vulnerable. Y se pasa frío. Es exponerte a recibir la metralla de los bandos enfrentados y no puedes esperar una manta en caso de nevada. De nadie, porque nadie es solidario con el que se aparta.
«¿Existe la independencia?» –me preguntaron en un instituto de Badajoz–. Existe como ideal, pero siempre es relativa y tiene límites. Tener un criterio propio, huyendo de la contaminación y del dirigismo vertical, no significa que uno se levante al margen de sus raíces o que podamos renunciar a convicciones que llegaron con la leche materna. Una amiga dice que «la primera papilla nunca se digiere» y puede que tenga razón, que ese primer calostro se enquista en nuestro estómago de por vida.
Los que carecen de independencia para ser libres o de libertad para ser independientes, son los más radicales, porque se creen señalados por los que no están en el redil. Es su cruz. ¿Qué posibilidades tiene de manifestarse en libertad alguien que vive cómodamente por su pertenencia a un clan? Su pensamiento puede ser libre, pero no puede ejercerlo porque vive de la mansedumbre, a cambio de la pitanza. ¿Pitanza o libertad?
Me impresionó un recluso que el día que lo ponían en libertad, después de quince años, me dijo: «Tengo miedo a la calle porque no la conozco, voy a buscar un piso tutelado, donde viven otros exreclusos». Sin la manada se sentía perdido y buscaba cobijo para, de alguna forma, seguir preso y rodeado de presos. La soledad, la libertad, la independencia son opciones de riesgo, pero bendito riesgo si te permite respirar hondo y llenar los pulmones.
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