«No todo lo que cuenta se puede contar, y no todo lo que se puede contar, cuenta». Albert Einstein

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Cada año, nuestros jóvenes se enfrentan a una prueba que podría definir el rumbo de sus vidas: los exámenes de acceso a la universidad. Estos ... exámenes, que pretenden valorar, burdamente, el conocimiento anterior adquirido, son rito de paso obligatorio para quienes desean continuar con una formación universitaria. Sin embargo, el supuesto sentido de estas pruebas se debió perder en la maraña legislativa, si alguna vez lo tuvo, cosa que dudo, porque si pretenden hacernos creer que selecciona el mejor talento, testea correctamente conocimientos suficientes para abordar nuevos retos de aprendizajes y contribuye a una sociedad más profesionalizada, desarrollada y justa, ¡qué venga Dios y lo vea!

La EBAU (EvAU, ABAU, etc.) no solo ejerce una presión inmensa sobre los estudiantes, que en no pocas ocasiones conlleva un alto estrés cómplice de la ansiedad, el insomnio y otros problemas de salud mental, sino que también impone serias limitaciones a su desarrollo personal y vocacional. La nota de corte para el acceso no responde al nivel de conocimientos esenciales para el aprendizaje en cada disciplina, sino al resultado de la demanda del año anterior en cada facultad de cada universidad. Eso nos lleva a que sea la «ley de oferta y demanda» (¿os suena?) la que redirija las orientaciones, expectativas y vocaciones de muchos, no en función de sus capacidades y deseos, sino en función del azar o el dinero.

Cuando los resultados no cumplen con las expectativas, la decepción puede ser devastadora. La sensación de fracaso no solo afecta la autoestima de los jóvenes, sino que también puede desviarlos de sus verdaderas pasiones y talentos.

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Pero esta desviación de talentos no solo afecta a la persona, sino que también tiene repercusiones a nivel social y económico, ya que no se aprovechan plenamente las habilidades y capacidades, se frustran vocaciones promoviendo una resiliencia que revierte en la sociedad bajando en nivel de satisfacción de quien desempeña una profesión y de quienes requieren los servicios de la misma.

De otro lado, si hablamos de factores intervinientes, no podemos dejar de pensar que las diferencias de criterios evaluadores y de exigencias entre las distintas comunidades autónomas son muy determinantes en los resultados. Y dentro de una misma comunidad, no es lo mismo realizar el bachillerato en un instituto u otro, pero ese 60% cuenta lo mismo. Las diferencias de base están servidas, las oportunidades también.

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Pero parece ser que el debate bebe de otras fuentes, y que lo que importa es endurecer los criterios (porque somos unos blandos y se vienen regalando décimas desde 2020) más incluso que homogenizarlos o considerar evaluar otros aspectos como las capacidades necesarias para el abordaje concreto de cada carrera universitaria, estableciendo nuevos métodos de valoración más acordes con nuestros tiempos, en los que debería contar la capacidad investigadora, la proactividad, la innovación, el rigor, la alfabetización digital, el aprendizaje autónomo, el pensamiento crítico, la toma de decisiones, etc. Y así, seguimos perdiendo oportunidades de evolución, y el Consejo de Ministros ha aprobado este martes el proyecto de real decreto que regula el acceso a la universidad sin abordar ningún cambio estructural del sistema, aunque propugne unificar una estructura básica. Eso sí, recoge que la ortografía y redacción cuentan, porque habrá que paliar que se les olvidó que contara en la primaria y en la secundaria.

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