En estos días en los que las Olimpiadas nos hacen disfrutar con aquellos impresionantes atletas que rompen récords, realizan hazañas extraordinarias y alcanzan nuevas metas, inspirando y ofreciendo una exhibición de lo que el ser humano puede lograr con dedicación y esfuerzo, yo no dejo ... de darle vueltas a qué diría el Sr. de Coubertin, fundador de estos juegos, si levantara la cabeza y viese la campaña publicitaria de Nike, 'Winning Isn't For Everyone' (Ganar no es para todos).

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El Sr. de Coubertin y yo estamos, normalmente, en las antípodas del pensamiento (no podía ser de otra forma con la visión xenófoba, clasista, racista y misógina que del deporte propugnaba) pero he de reconocer que a mi esa frase suya de «lo importante en la vida no es el triunfo sino la lucha; lo esencial no es haber vencido sino haber luchado bien», me parece un gran legado para la humanidad.

Durante décadas, hemos celebrado no solo a los campeones, sino también a aquellos que demuestran coraje, integridad, generosidad, compañerismo; aquellos que nos hacen disfrutar con su tesón y esfuerzo por encima de las victorias. Si no, que se lo digan a los forofos y menos forofos del Atleti; o recordemos cómo las lágrimas asaltaron a muchos en los Juegos Olímpicos de Río, cuando, durante la carrera de 5.000 metros, Hamblin tropezó y cayó, y D'Agostino, que corría justo detrás de ella, la ayudó, perdiendo su posición, y ambas cruzaron juntas la meta en las últimas posiciones.

El lema 'Winning Isn't For Everyone' desafía este modelo, al promover una mentalidad donde ganar se convierte en el único objetivo.

Dicen desde Nike que, en un mundo en el que querer ganar tiene mala fama, se ha de superar cierta hipocresía y reivindicar que el espíritu competitivo, lejos de ser algo por lo que disculparse, es una virtud esencial para alcanzar el éxito en el deporte. ¡No seré yo quién ponga en duda el valor del espíritu competitivo! Lo preocupante es que el valor de un atleta se mida únicamente por su capacidad para ganar, porque en un entorno donde el éxito se redefine como la única meta, el peligro está en que se justifiquen comportamientos poco éticos o, simplemente, se viva el proceso con destructivas implicaciones psicológicas.

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Preocupante debe ser las repercusiones, pero no solo por los atletas, sino porque el deporte es un impactante y expansivo modelo social, y medir el éxito exclusivamente por la victoria, pone en riesgo no solo la sana razón, sino que también limita y frena la lucha por las aspiraciones.

No se trata de realismo o idealismo en la manera en que se perciben los objetivos y los esfuerzos, sino del posible impacto en la perseverancia y motivación personal, cuando el éxito es presentado como la única medida de valor. La mentalidad de que el derecho al triunfo es limitado, puede llevar al desaliento y a la falta de confianza en las propias capacidades provocando la deserción antes de que se pueda alcanzar el verdadero potencial.

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Se nos escapan entre los dedos esas lecciones tan valiosas del deporte sobre cómo abordar los desafíos de la vida y cómo encontrar significado y valor en el viaje hacia nuestras metas. Y se nos olvida que la buena competición es aquella que lleva en cada esfuerzo a la búsqueda de «tu mejor versión».

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