Cuando el silencio se hace palabra

Quien sabe vivir, sabe morir

La muerte, esa gran niveladora que no conoce de distinciones, nos recuerda la urgencia de vivir sin sobrevivir

Toni Barquero

Sábado, 11 de enero 2025, 23:16

Sinceramente, me estoy muriendo y el guerrero tiene derecho a su descanso». Estas palabras de José Mujica, el expresidente uruguayo que se ganó el respeto ... de tantos por su coherencia, han invadido los titulares de los noticieros trascendiendo tiempos y tierras, mostrando no solo cómo la honestidad está por encima de ideologías y fronteras, sino abriendo una ventana a la reflexión sobre lo que significa vivir y morir con dignidad.

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Una frase tan sencilla como impactante, nos recuerda que vivir y morir son dos caras de una misma moneda. Saber vivir en plenitud, sin permitir que los miedos determinen tu conducta ni almacenando deudas a la conciencia, es garantía de una muerte digna; pero no es posible vivir con dignidad sin enfrentar una lucha constante. La dimensión de esa lucha no es lo relevante; lo verdaderamente importante es la fortaleza para no sucumbir al «placer» de su abandono.

Fueron muchos los políticos que esgrimieron y esgrimen discursos humanistas en los que se apela la justicia social, a la libertad, a la igualdad, a la democracia, pero pocos son y serán los que formen parte de la historia por convertir su vida en ejemplo de ello. Probablemente el gran logro que hace y hará trascender a Mujica sea haberse convertido en un símbolo de coherencia.

Lo inmaterial como filosofía de vida, trabajar por algo más importante que uno mismo, disfrutar del tiempo cotidiano, de la amistad, del amor, la superación del daño y del odio, devolver conocimiento y experiencia sin búsqueda de compensación, rechazar el beneficio económico y el poder siguen siendo las claves para conquistar la fe y la admiración, con independencia de coincidencias ideológicas y de posibles errores cometidos.

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La muerte, esa gran niveladora que no conoce de distinciones, nos recuerda la urgencia de vivir sin sobrevivir. Porque en esa carrera frenética de supervivencia se nos impide disfrutar de la vida, yendo demasiado rápido como para cribar lo superfluo, como para tomar conciencia de que las obras siempre quedan inacabadas y por ello nuestra lucha debe ser de siembra y no de recolección.

En una sociedad que mide el éxito por lo que se tiene, la popularidad de Mujica nos recuerda que en el fondo, añoramos una felicidad y una vida plena en la que realmente sintamos que la verdadera riqueza está en lo inmaterial. El amor, la amistad, la solidaridad, la sabiduría compartida, y el acto de no dañar a los demás, pululan entre la utopía y los verdaderos pilares de la vida.

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Siempre digo que «lo peor de la experiencia es que la ajena nos suele ser muy ajena». Quizás por eso volvemos a cometer los mismo errores ignorando el legado de quienes nos contaron que al final de la vida, al volver la vista atrás, los logros materiales no alivian el dolor de una vida que no trasciende.

Lo que es incuestionable es que no sabemos mirar de frente a la muerte, casi ni de reojo. Probablemente por ello también vertemos nuestra admiración en aquellos que llegan a ella con la serenidad de vivir como han querido, sin dañar al resto. Aceptar la muerte como parte de la vida no debería ser un pensamiento sombrío sino la elección de humildad que nos exige elegir con sabiduría nuestras batallas, nuestros compañeros de viaje y nuestras huellas.

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