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Una viajera espera el tren en la estación de Cáceres el pasado jueves. ARMANDO

El tren y la sobreactuación

ANÁLISIS ·

Al mismo tiempo que se debe seguir reivindicando, partidos y viajeros también deberían abandonar ciertos comportamientos

Pablo Calvo

Cáceres

Domingo, 4 de septiembre 2022, 07:48

E l problema del tren era tan profundo en Extremadura que ni siquiera la puesta en marcha de la línea de alta velocidad, parcial y ... sin electrificar, y un tren rápido (Alvia), inversiones insuficientes pero mejoras en definitiva, ha logrado revertir el descontento social con el funcionamiento de esta infraestructura. Al contrario, después de un tiempo que se había dejado de hablar de los servicios ferroviarios, lo cual en Extremadura significa una buena noticia, el tren se ha convertido en el protagonista del verano, pero no de forma positiva, como cabía suponer. De modo que ha vuelto a suscitar la queja frecuente, el enfado social y la trifulca política. Una situación verdaderamente inesperada consecuencia de las sobreactuaciones que rodean todo lo que tiene que ver con el tren extremeño.

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La decisión de realizar un viaje desde un lugar, Plasencia, por donde el Alvia no ha vuelto pasar resultó una torpeza que contribuyó a poner el foco en las debilidades de la nueva infraestructuras y que se hablara más de las carencias que seguían existiendo y menos de lo que se ganaba, más servicios ferroviarios en general.

El alto nivel que se quiso dar más tarde a su puesta en marcha, con presencia del Rey incluida, trasladó la idea de que se estaba buscando un aprovechamiento político de la creación de una infraestructura que aún no está completa (y pasará mucho tiempo sin estarlo si la referencia es ir a Madrid), y llega en todo caso con mucho retraso. Los ciudadanos han tenido la sensación de que les estaba vendiendo un Seat León como si fuera un Mercedes, sobreactuación política que además quedó en evidencia cuando ese nuevo utilitario también comenzó a fallar.

En el tren extremeño se agradecería la normalidad, de funcionamiento y de comportamiento

Esta semana, la ministra de Transportes, Raquel Sánchez, que lleva camino de convertirse en la persona que más veces se ha montado en el Alvia extremeño sin darse cuenta que en Extremadura no estamos para gestos infantiles ni más fotografías de salón, y que el número de veces que alguien puede disculparse no la hace mejor sino que acaba evidenciando su torpeza, decía en el Congreso que los problemas del tren rápido no se han habían producido ni en 10 años de funcionamiento de esas máquinas ni en los 8.000 kilómetros de pruebas por la nueva línea. Puede que todo lo relacionado con el tren extremeño alcance ya una dimensión de realismo mágico, no lo descarto, pero la explicación es más sencilla: tampoco ahora se había dedicado la suficiente atención al funcionamiento de toda una línea abandonada por mucho tiempo y, por tanto, necesitada de mil ojos y de más recursos humanos y materiales para que todo funcionara correctamente. Cuando por fin se ha hecho, a fuerza de incidencias y humillaciones para este región, se ha ido recuperando la normalidad, que es de momento lo que podemos celebrar.

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De hecho, al mismo tiempo que se debe seguir reivindicando el poder disfrutar de una alta velocidad de verdad y completa, no estaría mal que todos abandonaran las sobreactuaciones; la de Vox, por ejemplo, hablando de muertos en el Congreso al referirse al tren extremeño; o la del PP, intentando incorporar una supuesta épica innecesaria, como si los extremeños fuéramos personajes de Juegos de Tronos. No se trata de derrotar a nadie, esto va de viajar de forma razonable. Igual que habría que replantarse el cascarón hueco en el que se ha convertido el Pacto por el Ferrocarril si su espíritu, la unidad de acción política y social que tuvo su éxito, hace tiempo que desapareció.

Recuperemos el sentido común, también los propios viajeros, que debemos ser conscientes de que no se puede echar mano del freno de emergencias ni abrir puertas de ningún transporte público al libre albedrío sin poner en riesgo a otras personas. Confìemos en los profesionales cuando nos montemos en un tren, aunque sea desde Extremadura, igual que lo hacemos cuando subimos a un bus o un avión. La Policía Nacional no está para poner orden cada semana en un vagón de ferrocarril.

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