
La era de la crueldad
Camino a Ítaca ·
Troy Nahumko
Viernes, 14 de marzo 2025, 22:51
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Camino a Ítaca ·
Troy Nahumko
Viernes, 14 de marzo 2025, 22:51
El primer signo de civilización no fue el fuego ni una pintura de un cazador ensartando un bisonte. Fue un muslo quebrado con tiempo para ... curarse. Imaginen una excavación arqueológica: un paisaje infernal donde los científicos desentierran los restos de un pobre desgraciado que se rompió el fémur hace 20.000 años, pero no murió. Esa es la clave. En la naturaleza, una pierna rota es una sentencia de muerte. Te caes, te retuerces y, en poco tiempo, te conviertes en bufé libre.
Pero este sobrevivió. Alguien con un atisbo de decencia le arrastró a un lugar seguro y mantuvo alejados a los buitres lo suficiente como para que ese hueso se recompusiera. Eso, amigos míos, es la civilización. No las leyes, ni los mercados, y, desde luego, no tergiversar citas bíblicas. La civilización es un ser mirando a otro y diciéndole: no voy a dejar que mueras hoy.
Poco tardaron los rabiosos de Milei en salir de sus libertarias ciénagas y chillar: ¡Salvajes! ¡Comunistas! Temblando y balbuceando, descienden como hienas drogadas despedazando cualquier sugerencia de que Margaret Mead pudiera haber proferido tal herejía contra su doctrina del santo egoísmo. Aferrando sus copias de Milton Friedman y Ayn Rand como si fueran biblias en un exorcismo, trataban desesperadamente de convencernos de que la compasión es para tontos y débiles. No conciben que quizá, solo quizá, la civilización no se construye sobre la idea de joder a tu vecino o acaparar oro cual dragón desquiciado.
Pero así está la cosa: ni siquiera importa si Mead dijo lo que realmente dijo; lo que importa es que es verdad. Es una verdad humana fundamental, una que cualquiera que no esté al borde de la sociopatía reconocería. O, al menos, ese solía ser el caso.
Ahora, el hombre más rico del planeta, el presidente en la sombra de EE UU, ha expuesto su filosofía: «La debilidad fundamental de la civilización occidental es la empatía». Y, por si no fuera lo suficientemente escalofriante, remató: «Como si fuera un arma. El problema es la empatía».
Ya no se trata de si ciertas facciones hacen saludos nazis. No se trata solo de impuestos o de militarizar la xenofobia. Se trata de algo mucho más profundo: la esencia misma de lo que significa ser humano. Estos fanáticos de la extrema derecha no solo buscan desmantelar gobiernos democráticos, sino que intentan despojar a la Administración de su alma. Buscan borrar la voluntad y las emociones humanas del marco de la civilización misma.
El psicólogo estadounidense G. M. Gilbert, quien observó a nazis de alto rango durante los juicios de Núremberg, escribió una vez: «Buscaba la naturaleza del mal. Creo que me he acercado a definirla: falta de empatía... Una auténtica incapacidad para sentir a sus semejantes. El mal, creo, es la ausencia de empatía».
La elección que tenemos ante nosotros es clara: abrazar lo que nos hizo civilizados en primer lugar o rendirnos a una época en la que la maldad no solo se tolera, sino que se celebra. Ese hueso curado es un testimonio de nuestra capacidad de ser bondadosos. Si ahora abandonamos eso, no solo estamos destruyendo la civilización, sino que nos estamos asegurando de que nunca volverá a curarse.
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