
Marinerito de luces
Troy Nahumko
Viernes, 10 de mayo 2024, 23:06
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Troy Nahumko
Viernes, 10 de mayo 2024, 23:06
Personalmente echo de menos los trajecitos marineros. Son una de esas pequeñas partes de la España en vías de extinción, como los bares de toda ... la vida, que van desapareciendo sigilosamente a medida que evolucionan los gustos. Aunque estoy seguro de que los padres lo hacían con buena intención, los años de terapia provocados por ver esas fotos seguramente cuenten otra historia.
Cuando llegué por primera vez a Extremadura recuerdo que me desconcertaron los trajecitos blancos de capas marineras de los escaparates primaverales. Me preguntaba, ¿por qué venden trajes de marineritos en esta región tan alejada del mar? ¿Se trata de una especie de añoranza no costera del océano?
Y entonces empezó la temporada de comuniones. Las calles del fin de semana se inundaron de esos mismos trajes de los escaparates. Multitudes de muchachos con aspecto de marineritos de permiso, tratando ansiosamente de no mancharse, obedeciendo tácitamente a esos padres elegantemente vestidos mientras bebían cañas. Las niñas parecían aún más incómodas, ataviadas con vestidos de novia de aspecto imposible que dificultaban subir escaleras e incluso sentarse en el restaurante.
Entonces recuerdo la polémica que se levantó cuando alguien del New York Times decidió escribir que los niños españoles parecían fotografías coloreadas del pasado por la forma en que iban vestidos. El revuelo y la indignación estaban a la altura del 'chorizogate' del chef británico Jamie Oliver cuando se le ocurrió poner chorizo en sus paellas. Sin embargo, cuando uno miraba a su alrededor, tenía que admitir que la observación de la escritora del Times no iba del todo desencaminada.
Pero los gustos cambian y los estilos evolucionan. Los marineros de permiso son pocos estos días. Ahora en las calles parece que el estilo se ha decantado más hacia el peperino de mitin veraniego. Los pequeños neocayetanos de camisa color pastel y fina americana, a veces incluso de mangas remangadas, parecen mucho más cómodos en su pijo de corte moderno.
Las chicas, sin embargo, no han tenido la suerte de someterse al cambio de imagen 2.0. Sus vestidos se han vuelto más ornamentados, si cabe, lo que les hace parecer aún más novia menor de edad.
Pero más allá de la ostentación, lo que sigue siendo un misterio para alguien como yo es que, desde fuera se pregunte, por qué lo hacen. Todavía no he escuchado a ningún niño decir que realmente disfruta de la catequesis y del abuso que supone que le digan que las dos mamás de su amigo pasarán la eternidad en una olla de azufre hirviendo en el purgatorio. De hecho, lo que oigo más a menudo es que no quieren volver a misa nunca más. Desde fuera parece una especie de retorcida venganza por parte de los padres: «Si yo he tenido que sufrir esto, tú también».
Sería consecuente si estas personas fueran realmente creyentes, iniciadores de sus hijos en la fe católica, pero la inmensa mayoría no volverá a pisar una iglesia hasta el próximo funeral para burla de los verdaderos creyentes. Según el CIS, menos del 19% de la población se declara católica practicante y, sin embargo, casi el 50% de los niños españoles hará la primera comunión.
Bienaventurados los incoherentes.
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