
La cosa tiene miga
Camino a Ítaca ·
Troy Nahumko
Viernes, 25 de octubre 2024, 22:43
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Camino a Ítaca ·
Troy Nahumko
Viernes, 25 de octubre 2024, 22:43
Por mucho que me duela admitirlo, hay veces en que el mercado puede tener razón. Pero debo subrayar que sólo a veces, y no con ... el «libertad para todo» que propugnan algunos evangelistas neoliberales. Aunque los 'brokers' de Wall Street, lunáticos racistas naranjas, presidentes argentinos cuasifascistas con corte de pelo extraterrestre y su sicofántica 'groupie' de la Puerta del Sol te quieran hacer creer que siempre es así, la historia y la experiencia demuestran que ese supuesto axioma sólo es válido para ellos, para los que ya manejan el cotarro.
Pero fue un titular, en este periódico, el que me recordó que hay veces en las que el mercado no se equivoca. O al menos en este caso, el consumidor es el que tiene razón. El titular entonaba: «El consumo de pan en la región cae un 70% en 20 años». El mensaje era dramático y señalaba un vuelco en la sociedad. No se trataba de un ligero cambio de hábitos, sino de una revolución en la forma de comer.
Algunos intentaron explicar el fenómeno haciendo hincapié en los recientes cambios de estilo de vida y en la idea de que cada vez más personas intentaban perder peso evitando los carbohidratos. Sin embargo, el mercado de la pasta sigue creciendo y cada vez más gente elige la pizza para darse un capricho los viernes. No, no puede ser eso.
Otros culparon al aumento casi apocalíptico del coste de la vida en los últimos años. El precio de la electricidad se ha disparado y el de los productos básicos, como la harina, prácticamente se ha duplicado. Pero la gente sigue derrochando el dinero en cosas mucho más frívolas que el pan. Así que no, tampoco ha sido así.
La razón estaba más que clara: es el producto en sí.
Después de veinte años viviendo en Extremadura, esto sigue siendo un misterio para mí, junto con la disonancia cognitiva entre las iglesias vacías y las procesiones de la Virgen y la Semana Santa agotadas. Es algo sobre lo que el gran José Ramón Alonso de la Torre y yo hemos discrepado aquí en el periódico en el pasado, pero que sigue siendo más que confuso para mí. ¿Cómo es posible que, en una tierra con una de las cocinas más exquisitas del país, alimentada por algunos de los mejores ingredientes locales, todavía te encuentres condenado a empujar salsas alrededor de tu plato con el equivalente gastronómico a desconchones de cal de una pared de adobe en ruinas?
Salvo contadas excepciones, como los de la Ecotahona del Ambroz o el Horno Tradición y Amasamadre en Cáceres, el pan que se ve se ha vuelto tan dudoso e industrial como una paella en una máquina expendedora de un tren en Nebraska. Puedes decir que es del pueblo más recóndito y espolvorearle harina para que parezca más rústico, pero sigue siendo un pan que ni descansa ni duerme y que, por tanto, tiene el sabor equivalente al de una servilleta de bar.
Mientras no se vuelva a hacer un pan que descanse, el consumo seguirá cayendo en picado. Mi pregunta ahora es, ¿con qué ha sustituido la gente el pan?
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