
¿Otra vez?
Camino a Ítaca ·
Troy Nahumko
Sábado, 28 de octubre 2023, 08:04
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Camino a Ítaca ·
Troy Nahumko
Sábado, 28 de octubre 2023, 08:04
Ha llegado el momento de ese ejercicio bianual de futilidad que se suponía iba a terminar para siempre en algún momento del milenio pasado. Una ... época en la que nos demostramos a nosotros mismos que podemos alterar el propio tejido del tiempo y, aun así, llegar tarde al trabajo el lunes por la mañana. Es una tradición mundial tan antigua como las lentes bifocales de Benjamin Franklin y el doble de desconcertante. Es como si alguien tomara un reloj perfectamente funcional y decidiera añadirle un nivel de complejidad tal, que haría sonrojar a cualquier equipo combinado de ingenieros de la NASA.
Uno no puede evitar preguntarse si el cambio de hora es una especie de gran experimento social, diseñado para poner a prueba los límites de la adaptabilidad humana. Es una broma cruel, como darle a un hombre con los ojos vendados un cubo de Rubik y pedirle que lo resuelva montado en un monociclo sobre una cuerda floja. Es una prueba de nuestra capacidad para resetear todos los aparatos de nuestros coches y casas, evitar llegar tarde a las citas y resistir el impulso de estrangular a la próxima persona que nos recuerde alegremente que «hemos perdido una hora de sueño».
No puedo evitar imaginarme a los antiguos romanos, con sus relojes de sol, mirándonos y riéndose. Consiguieron construir un imperio sin reajustarlos nunca. Sin embargo, nosotros, con todos nuestros avances tecnológicos y nuestra hechicería, nos quedamos perplejos dos veces al año por el simple hecho de mover algunas manecillas de un reloj.
Y no olvidemos el impacto en nuestros patrones de sueño. Es como si todos estuviéramos sometidos a un 'jet lag' cósmico, pero sin la alegría de los viajes internacionales. Nuestros ritmos circadianos se desorganizan, y es como si nuestros cerebros intentaran descifrar un idioma alienígena, en el que «7:00» de repente significa «6:00» y «hora de acostarse» significa «voy a ver un episodio más en Netflix».
Pero quizá el aspecto más absurdo del cambio de hora es la forma en que crea una grieta en el continuo espacio-tiempo de nuestros hogares. Me explico, no todos los relojes se reajustan automáticamente a través de WIFI, por lo que debemos embarcarnos por nuestras propias casas en una búsqueda del tesoro, buscando esos relojes rebeldes que insisten en aferrarse a la hora antigua. El microondas parpadea desafiante a las 12:00, mientras que el reloj de pared da las horas con aire de superioridad. Es una batalla de voluntades entre el hombre y la máquina, y las máquinas van ganando.
El cambio de hora es un ejercicio bianual de caos, confusión y comedia cósmica. Es un recordatorio de que, por muy avanzada que sea nuestra sociedad, podemos dejarnos engañar por la más simple de las manipulaciones temporales. Es un indicador de que realmente no podemos decidirnos sobre algo tan simple como dejar en paz a los relojes.
Así que, cuando te encuentres con los ojos desorbitados y desconcertado la mañana siguiente al cambio de hora, recuerda que no estás solo en tu lucha. Es un espectáculo que habría hecho reír a los dioses del Olimpo, mientras los mortales, empapados de café y confusión, seguimos luchando contra esta farsa eterna.
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