La «gran traición» que reprochan los ucranianos a Donald Trump no significa que el país invadido por Rusia se haya quedado solo. El día en ... que se cumplieron tres años del comienzo de la operación relámpago con la que el Kremlin pretendió eliminar a Volodímir Zelenski, la Unión Europea viajó a Kiev junto a significativos aliados como Reino Unido o Canadá para reafirmar su compromiso político con todo lo que Vladímir Putin pretende arrasar, ahora con la complacencia estadounidense: la integridad territorial de un país democrático que hace más de una década dejó clara su voluntad europeísta en la plaza del Maidán. La misma en la que tantos ilustres visitantes pudieron estremecerse ayer por el enorme sacrificio que exige la defensa de la soberanía y la libertad en este mundo sin reglas.
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En fecha tan señalada, Bruselas quiso respaldar sus palabras de solidaridad con el anuncio del próximo pago de 3.500 millones en el marco de la ayuda plurianual a Ucrania. Un sustento imprescindible para la supervivencia de esta nación a la que la guerra ya ha arrebatado a miles de combatientes y civiles, además de los ocho millones de desplazados a otros países que sin duda aspiran a regresar, y a los que estimulará el anuncio de que la entrada en la UE podría producirse antes de 2030 si prosigue el ritmo de las reformas exigidas. La Unión quiere así trasladar esperanza al futuro Estado miembro. Un impulso que los Veintisiete han de aplicarse también a sí mismos ante la decisiva cumbre extraordinaria del 6 de marzo, en la que Europa deberá decidirse a encarar su propia seguridad. Que pasa por respaldar a Kiev y acompañarla para sentarse, desde una posición de fuerza, en la negociación para terminar con la guerra y conseguir garantías contra Putin. El reto exige a los socios comunitarios apuestas presupuestarias y políticas.
Los 1.000 millones comprometidos por Pedro Sánchez precisarán aprobar las nuevas Cuentas públicas; y la justificación del gasto generará incomodidad dentro del propio Gobierno. La encendida defensa de la autonomía estratégica enunciada por el próximo canciller alemán, Friedrich Merz, tendrá que acompasarse con una OTAN tensionada por la desestabilización trumpista. Una deriva que al presidente de EE UU le deparó una sonora derrota en la Asamblea General de la ONU por negarse a condenar la invasión de Ucrania, en sintonía con autocracias como Rusia, Corea del Norte o Nicaragua.
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