Rusia y Ucrania intercambiaron ayer 175 prisioneros cada uno, en lo que fue una muestra de entendimiento y de sensibilidad humanitaria que no alcanza a ... las posiciones que mantiene Vladímir Putin. Decidido a justificar la guerra que desató hace tres años, exige al país agredido que admita la soberanía rusa sobre los territorios ocupados. Y para ello llega a amenazar con la absorción de Odesa si Kiev se opone a la rusificación de lo que ya está en manos del Kremlin. Volodímir Zelenski ve en esa posición una línea roja para Ucrania porque nunca admitiría como parte de Rusia lo que esta se atribuya por ocupación. Tampoco la península de Crimea, anexionada como a la Federación Rusa ya en 2014.
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Ucrania sigue en el aire, a pesar de la «muy buena conversación» telefónica que mantuvo ayer Donald Trump con Zelenski. Una hora de charla para informarle sobre el contenido de la conferencia de tres horas que había celebrado el día anterior con el presidente ruso. El propósito de Trump es «alinear a Rusia y Ucrania en lo que respecta a sus necesidades y exigencias». Pero resulta elocuente que Moscú no tuviese empacho en atacar instalaciones civiles ucranianas poco después de que Putin apalabrara con Trump un alto el fuego de treinta días respecto a las infraestructuras energéticas de la nación invadida.
A pesar del mantenimiento de las hostilidades, el inquilino de la Casa Blanca insiste en que sus contactos con Putin y con Zelenski van por «buen camino». Así, encomendó a su secretario de Estado, Marco Rubio, y a su consejero de Seguridad Nacional, Mike Waltz, la redacción de sus respectivos memorandos sobre el contenido de los avances que para la Administración estadounidense habrían supuesto estos primeros contactos. Zelenski interpretó que bajo el liderazgo de Estados Unidos «se puede lograr una paz duradera este año».
Pero resulta desconcertante que la llegada de Trump haya dado lugar a una exposición obscena de las iniciativas supuestamente llamadas a solucionar los problemas más acuciantes de un mundo tensionado. Y, a la vez, al ocultamiento sistemático de los planes que se albergan tras poderes sin contrapesos. No asistimos a la escenificación de propósitos de paz fiables, sino todo lo contrario. A una sucesión de hechos consumados por la fuerza que acaban consagrando ese «nuevo sentido común» impuesto por los agresores como Putin y por quienes los encumbran.
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