«La pandemia va a cambiar el mundo». «Nada será como antes». Escucho estas afirmaciones un tanto apocalípticas y me quedo un poco perpleja, imaginando cómo será el mundo después de la pandemia. ¿Lo cambiará para bien o para mal? Quién sabe. ... Probablemente a la vuelta de un par de años nos encontraremos con una sociedad que hoy no imaginan ni los más listos de la tribu. La pandemia ha traído dolor a toneladas, muchos cambios molestos, como la vida con mascarilla y a distancia, desempleo y una cosa buena: promete traer dinero a España.
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Ya se habla con soltura de los fondos Next Generation. Suena bien eso de próxima generación, sobre todo si se dice en inglés. Se habló y mucho de esos fondos el miércoles y el jueves en la Asamblea de Extremadura, en el debate sobre el estado de la región. Toda España está expectante ante la llegada del nuevo maná que Europa promete repartir generosamente, pero que todavía está en la nube de la inconcreción. Es obvio que a Extremadura le importa más que a cualquier otra comunidad que el uso de estos fondos sea un éxito. Madrid, Cataluña o País Vasco podrían remontar la crisis pospandemia sin contar con el dinero europeo. Pero Extremadura no. Esta inyección de dinero puede ser la última oportunidad para que regiones como la nuestra se enganchen al carro del desarrollo. O agarramos ese tren (palabra maldita en Extremadura, lo sé), o ya nos podemos resignar a languidecer poco a poco.
La esperanza que abrigan los más optimistas, como el presidente de la Junta, es que gracias a los ERTE, los fondos ICO y, ahora, el dinero de la UE, esta crisis impulse una era de desarrollo. Que las empresas creadas al calor de estos fondos sirvan para frenar el constante declive demográfico. En Extremadura hay demasiados jóvenes que se van en busca de un empleo y no vuelven. No porque no lo deseen sino porque no hay trabajos medio decentes que ofrecerles. O no suficientes. Y sin jóvenes que puedan progresar en su tierra Extremadura está muerta a medio plazo.
El dinero de Europa, junto con esta convicción que se ha extendido en los últimos meses de que la calidad de vida es mayor en las ciudades pequeñas, puede ayudar a frenar el ocaso de esta España que se despuebla poco a poco. El empuje del teletrabajo, que hace dos años era una entelequia futurista y hoy es una realidad, ha puesto de manifiesto las posibilidades que se abren en la nueva sociedad pospandemia. Esa que hoy no nos imaginamos. Si Canarias está publicitándose como destino idóneo para quienes solo necesitan un ordenador y una red wifi para trabajar, ¿por qué no Extremadura? ¿Por qué no convencer a jóvenes de que aquí hay alquileres más baratos, buenos servicios públicos y una naturaleza envidiable que permiten vivir con menos dinero del que exige una gran ciudad? Solo hay que facilitarles ese puesto de trabajo que muchos anhelan y hoy se vende tan caro.
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Me dirán ustedes que a Extremadura ya han llegado mucho millones de euros de Europa en el pasado y no siempre se han aprovechado bien. Cierto. Por eso es comprensible que la oposición, y cualquier persona sensata, exija que en esta ocasión se usen para proyectos que sí tengan futuro. Las autoridades europeas han alertado del riesgo de que esos fondos vayan a financiar a empresas 'zombi', empresas muertas que subsisten solo gracias a que están enchufadas al oxígeno público. Esos 3.200 millones de euros que se prometen para Extremadura son quizá la última oportunidad, la última ficha que nos queda por jugar. No la desperdiciemos.
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