Anda mucha gente comprando hornillos, linternas, pilas, latas y kits de supervivencia como si no hubiera un mañana. El motivo no es que las ferreterías ... o ultramarinos estén liquidando a precio de saldo, sino un repentino pánico a un inminente apagón continental.
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El detonante de esta psicosis social es un grano de verdad del que se ha hecho una montaña de mentiras. Ese grano son unas recientes declaraciones de la ministra de Defensa austriaca, Klaudia Tanner, en las que alertaba de que «la cuestión no es si habrá un gran apagón, sino cuándo». Según Tanner, la probabilidad de que en los próximos cinco años ocurra un corte de luz masivo y de larga duración es del 100%, y apunta como posibles causas una gran tormenta solar, sobrecargas en la red eléctrica o ataques informáticos.
La alarma se acrecienta si a ello sumamos que Bielorrusia ha amenazado con cortar el flujo de gas que, a través del gasoducto que la cruza, Rusia suministra a Europa, si Bruselas le impone sanciones «indigeribles e inaceptables».
No obstante, los expertos, Red Eléctrica de España y la ministra Teresa Ribera ven altamente improbable que pueda darse un gran apagón en España, que, para bien y para mal, es una isla energética. Austria no tiene puertos, con lo que no puede recibir gas natural licuado vía metaneros; depende exclusivamente del gas ruso. España, que aún genera con gas natural algo más de la quinta parte de la electricidad que consume, tiene gasoducto directo con Argelia, con capacidad para paliar parcialmente el gas que no se puede traer por el que atraviesa Marruecos. Este ha sido cerrado por Argel por su crisis diplomática con Rabat, enésimo capítulo de la guerra fría que mantienen las dos potencias magrebíes con el conflicto del Sáhara Occidental como telón de fondo, pues los argelinos son los principales aliados del Frente Polisario.
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Por tanto, si las cosas se pusieran peor entre la dictadura de Lukashenko –que no tiene empacho en usar a inmigrantes desesperados como carne de cañón con el respaldo de su primo Putin– y la UE, España sería uno de los países comunitarios menos afectados. Eso no quita que esas tensiones geopolíticas aumentan la volatilidad de los precios de la energía y, por ende, disparan la inflación –el acertadamente llamado impuesto de los pobres–, asfixiando a familias y empresas a las puertas de la campaña navideña y cuando aún no nos hemos recuperado de la crisis de la covid.
Es, precisamente, el convulso contexto en el que se ha viralizado el bulo del gran apagón lo preocupante. Todo ello contribuye a alimentar el malestar y el miedo de la población, lo que es aprovechado por los sembradores de cizaña para hacer el agosto y los cebadores de odio para pescar en río revuelto. Estos no dudan en abanderar todas las teorías conspiranoicas y negacionistas que cuestionen el orden establecido a fin de imponer su nuevo orden. Y ese nuevo orden al que aspiran es lo que hay que temer de verdad, pues supondría un gran apagón, pero de las ideas ilustradas, una vuelta a un mundo de tinieblas en el que el infierno son los otros, una regresión a esa infancia mental de la que, según Kant, la Ilustración sacó al hombre y que el filósofo alemán definía como la incapacidad de usar la propia razón sin la guía de otra persona y cuya causa no es la falta de inteligencia, sino la falta de valor para pensar por nosotros mismos. Ese miedo a pensar nos echa en brazos de iluminados que encienden hogueras en vez de luces.
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