A la vuelta, ya en el hogar familiar, había algunos ritos domésticos que cumplir. La ropa sucia de la mochila y la propia mochila, a la cesta indicada. Afeitarse la barba de tres días. Cortarse las uñas. Y el cuerpo a recibir una ducha especialmente ... larga. Ese día madre no te decía oye, que el gas no lo regalan, aligera.
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Era una purificación, como si, para incorporarse al templo familiar, fuera necesario un proceso de limpieza que te capacitara par ser nuevamente hijo y hermano y te despojase de la contaminación exterior. Un bautizo químico de agua caliente, de gel y champú, de colonia de mujer.
El regalo para madre, oculto en el bolsillo, un pequeño cisne de cristal de Murano, servirá para que te perdone que durante un mes no hayas llamado ni una sola vez y que la postal enviada desde Venecia haya llegado hoy mismo. Y la comida, especial en ese día especial, te hace sentirte como el hijo pródigo que regresa y al que se le absuelve de los pecados cometidos recorriendo la Europa más próxima.
Madre es única. Mientras comemos un arroz delicioso de verduras, esboza una batería de preguntas que abarcan todo lo que pueda ser de interés. Dónde has estado, quiénes te acompañaron finalmente, has conocido alguna chica «nueva» (nunca entendí qué significaba para ella «nueva») Y más tarde quiere saber de Florencia, de Verona, de Venecia, ella solo ha estado en Roma, en el Vaticano, cuando la llevó el hermano.
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Qué recuerdos, la juventud todavía efervescente dispersa por el cuerpo, la furgoneta y la tienda de campaña, los bocadillos baratos de mortadela y salami, mucha fruta para ir al baño… y belleza por todos los rincones, belleza de arquitectura y escultura, belleza de pinturas en los Uffizi, casi casi al borde del síndrome de Stendhal. Y belleza de personas que conoces en el camping, inteligentes, sensibles y simpáticas a raudales.
Ahora jubilado, con capacidad, aun sin ser rico, para viajar en avión, alojarme en un hotel aceptable y sentarme a comer en algún sitio decente, daría toda una semana de viaje organizado desde una agencia, a cambio de una hora, una sola hora de paseo con la mochila a la espalda por una calle de Verona, mientras veo la cola para entrar al balcón de Julieta, mientras miro de vez en cuando el suelo, pues las losas del acerado están llenas de fósiles entre los que destacan unos enormes ammonites desgastados por millones de pisadas de veroneses y turistas.
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Y de la misma forma daría por un día, un solo día de aquellos años de la Transición, que ahora algunos denuestan y otros olvidan, todos estos últimos años impregnados de Casados y Feijóos, Pedros Sánchez y Calviños, Arrimadas, Rufianes, Otegis y Abascales, a quienes la política les viene algo ancha de talla, y la ejercitan un tanto ramplonamente.
Madre ya no vive, pero cada vez que viajo, ya muy poco, en el regreso echo de menos la ducha calentita, el aroma de su colonia y su cuestionario.
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