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Zona de paso

Un euro

Si un niño de los que sufren la guerra, o de los que viven en una falsa tregua, encontrara una moneda no está claro que pudiera solucionarle algo

Victoria Pelayo Rapado

Viernes, 7 de marzo 2025, 22:32

El otro día me encontré, junto a un parterre de la avenida Virgen de Guadalupe de Cáceres, un euro. Si me lo encontré es porque ... tengo la malísima costumbre de cruzar por el medio, miro a un lado y a otro y, si no viene ningún coche, me lanzo a cruzar. Y en una de esas arriesgadas hazañas mías es cuando, de pronto, veo a mis pies una pieza redonda y brillante abandonada o perdida a su suerte. Y a la mía, claro, porque el lector habrá comprendido ya que me agaché a recogerlo.

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Llevaba varios días con el euro en mi poder, o no, cualquiera sabe, porque lo guardé en mi monedero con el resto del dinero y puede que ya lo haya gastado en comprar el pan, en una ínfima parte del collar Seresto de mi perro o en una barra de regaliz. Haber encontrado un euro me hizo pensar en la inmensa suerte de vivir en un lugar en el que cualquiera, cualquiera que cruce por donde no se debe, se encuentre un euro, que es casi un dólar y casi una libra esterlina.

Es una suerte, además de por el hecho de tener una moneda más entre el efectivo, por el hecho de encontrársela. ¿Imagina el lector qué supondría para un niño de la Franja de Gaza hallar una moneda? ¿O para uno en la devastada Ucrania? En esos casos tendría categoría de hallazgo.

Si algún afortunado niño que aún no ha muerto por una explosión o por un disparo perdido encontrara un objeto metálico en una de sus apocalípticas calles, sería un trozo de metralla, restos de un automóvil que saltó por los aires o la reja de lo que fue una casa. Basura bélica. Si un niño de los que sufren la guerra, o de los que viven en una falsa tregua, encontrara una moneda no está claro que pudiera solucionarle algo, porque, ¿en qué tienda o establecimiento podría invertirla adquiriendo arroz o compresas, en qué autobús o transporte público viajaría para ir a la escuela, a qué escuela, en qué recreativo la gastaría? Por desgracia, en ninguno, o, con un poco de suerte, en alguno que todavía permanezca en pie. O quizá, y si el niño es ahorrador, puede guardarla para comprar un paquete de pipas cuando las tierras de lo que fue su país se hayan repartido, explotado sus entrañas o reconvertido en resort de lujo.

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Desde aquel día hago una lista mental con lo perdido y lo hallado. Conozco a una persona que, cuando estaba en la facultad, se encontró, bien doblados y nuevos, ¡cien euros! ¿Imagina el lector cómo los gastaría? El despilfarro duraría lo que durasen los dos billetes.

Puede que algún lector recuerde que, días atrás y en la citada calle más arriba, se le cayó una moneda que, por las prisas u otras circunstancias, no vio; puede que piense que el euro es suyo, que me lo apropié injustamente y que se lo debo.

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El euro ya lo he gastado en escribir este artículo, pero con mucho gusto devolveré la moneda a cambio de un café.

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