A pesar de mi pasión por el cine de ficción he tardado mucho en aficionarme al género documental, que ahora consumo con placer. Desde hace ... tiempo proliferan los largometrajes contando la vida o la muerte de quien sea, con justicia alguno se ha ganado el suyo después de muerto, y artistas o directores con cierta relevancia, influencia, tirón o trascendencia quieren participar de alguna forma en su producción o dirección, incluso protagonizarlo. Protagonistas de distintos ambientes y ámbitos: Topuria, Sabina, Navalny, Morrinone, Lady Gaga, Tina Turner, Bob Marley, Bardem, Parchís, Georgina, Ramoncín, Amaia, ABBA, Aitana, Paz Vega, The Beatles… Pensará el lector que el saco que acabo de abrir es hondo, lo mismo cabe el talento que la falta de él, porque algunos, aunque tengan su propio documental, seguirán siendo igual de insustanciales que antes de tenerlo.
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No es el caso de Víctor Ullate. Hace unos días asistí a la presentación del documental sobre el bailarín, 'Ullate. La danza de la vida'. Su trayectoria, sus logros y su apasionante vida bien merecían ser objeto de uno. Cuenta Ullate que él siempre fue un soñador y que su primer sueño se cumplió cuando se le permitió entrar como alumno en la escuela de María de Ávila, concebida exclusivamente para niñas. Este Billy Elliot de carne y hueso, además de maño, al contrario del personaje inglés, sí contaba con el apoyo de su padre, quien consiguió que la gran dama del ballet admitiera en su escuela al primer varón bailarín.
Ha elegido Ullate La Vera para descansar tras descalzarse las zapatillas y liberarse de su peso, igual que el rey Carlos I la eligió en el pasado después de despojarse de la corona; también el monarca padeció terribles dolores en sus articulaciones a causa de la artritis, igual que muchos bailarines, y además gota. Corona de un reino o zapatillas de ballet, complementos o símbolos, en ambos casos habrán causado dolor de cabeza o de pies a sus portadores, no sé cuál habrá sido peor.
El espectador del documental podrá disfrutar de antiguas imágenes inéditas del bailarín sobre los escenarios, y de otras actuales donde aparece rodeado por sus animales, conversando desde la serenidad de su retiro, con el marco verde de La Vera.
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Cuando baila, cuando bailaba, su figura crece, parece tan grande que una se sorprende al descubrir, cuando entra en la sala, su estatura menuda. En la sala donde tuvo lugar la proyección había entre el público, sobre todo, profesoras acompañadas de alumnos, o acompañándolos, jóvenes bailarines, supongo, enganchados ya a la magia de la danza. Ellos pasarán los próximos años enfundados en zapatillas de ballet, ensayando un arabesque o un plié que se resisten; quizá se resentirán sus pies, susceptibles de sufrir cualquier lesión: esguinces, tendinitis, desgarros de cartílago o, lo más temible, fracturas; su juventud y la ilusión por aprender no permitirán que un tropiezo acabe con sus sueños.
Mientras, Ullate ha cambiado las zapatillas por unas chirucas con las que recorre las calles de Villanueva de la Vera como uno más, porque según sus propias palabras, «aquí no soy Víctor Ullate».
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