Los militantes del catastrofismo se están frotando las manos, deseando que los hospitales se vuelvan a llenar de pacientes covid para que la realidad les dé la razón a sus predicciones. «¿Véis? El virus sigue aquí y no hay vacuna que lo venza», es su ... conclusión. Y es cierto, el virus sigue aquí y, justo cuando todos nos felicitábamos porque España es uno de los países con más alta tasa de vacunación, aparece la variante ómicron para extender la incertidumbre. Nadie dispone de respuestas sobre cómo se va a comportar la nueva cepa y si la vacuna que tenemos la desactiva en parte, en todo, o en nada.
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Si algo deberíamos haber aprendido en estos casi dos años es que no hay verdades absolutas sobre el comportamiento del coronavirus y sus olas.
Al principio admirábamos a Alemania porque apenas tenía contagios y lo gestionaban de maravilla (para eso son alemanes, eficaces por genética), y hoy Alemania está inmersa en una crisis que le obliga a derivar enfermos a otros países. Quién lo iba a suponer.
Por eso es poco prudente cantar victoria. Ni frente a otros países, ni frente a otras comunidades. Ya hemos visto en estos meses que la ola que empieza a subir en Cataluña o País Vasco acaba llegando a Extremadura. Hoy somos de las comunidades con menos incidencia, pero no sabemos cómo estaremos dentro de dos meses. Se entiende que estemos cansados de restricciones y queramos recuperar la vida de antes, pero el coronavirus no tiene ganas de desaparecer, sino de mutar, y eso complica nuestra vuelta a la vida sin mascarillas.
Por supuesto que estamos mucho mejor que hace un año. En diciembre de 2020 suspirábamos por la llegada de las vacunas y contábamos los meses que faltaban para que tocara vacunar a nuestro grupo de edad. Hubo escándalos porque algunos le echaron jeta y se colaron. Hoy, 5 de diciembre del 21, todas las personas que han querido se han vacunado. Nos sobran tantas vacunas que algunas han caducado.
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El problema son los antivacunas que rechazan la inmunización e impiden que la protección sea más completa. Las autoridades tratan de pillarlos a lazo y convencerlos, pero a algunos irreductibles no hay manera. Probablemente solo la obligación legal de vacunarse, al menos para desempeñar algunos trabajos o participar en actividades sociales, 'convencerá' a los renuentes. Bruselas ya se está planteando la vacunación obligatoria y no es ninguna locura dado lo que está en juego.
Pero el verdadero reto mundial es que los países ricos cedan vacunas a los pobres para que la vacunación sea general. Se ha insistido desde el inicio de la pandemia en que solo cuando las vacunas alcancen a toda la población mundial estaremos razonablemente seguros de haber controlado el covid. La advertencia no ha funcionado, a pesar de que sabemos que cuanto más circule el virus más mutaciones se producen y más sube el riesgo de que surjan cepas más peligrosas.
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Es lamentable que a estas alturas de la pandemia los grandes actores de la política internacional (la Unión Europea, Estados Unidos y China), no hayan abordado con decisión la extensión de la vacuna a todo el planeta. Lo podrían hacer a poco que se lo propusieran, pues no parece que el problema sea el coste económico. Falta la voluntad.
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