Los padres de Archie Battersbee deseaban que, pese a sus circunstancias, su hijo falleciera de muerte natural. Cuando su corazón se parase espontáneamente. Y ese ... silencio definitivo del bombeo de la vida le quitase la respiración. Archie era guapo y fuerte. Y vital. Pero, sobre todo, era un niño de doce años. Una vez, en una conversación con su hermano Tom, dijo a este que si un día sufría un accidente de coche, él no querría que le desconectaran del ventilador mecánico. Para, así, no tener que dejar nunca sola a su madre.
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Hollie Dance, su madre, encontró a su hijo Archie inconsciente el pasado 7 de abril, en la casa en que vivían, con algo alrededor de su cuello. Ella piensa que su hijo jugaba al 'blackout challenge', creyendo ingenuamente que se trataba de un reto viral sin mayores consecuencias: se aguanta la respiración hasta que uno se desmaya y, después, cuando se recupera la consciencia, se cuenta en la red social qué se sintió durante la experiencia.
Pero Archie ya no pudo contar nada. Los médicos que le atendieron en el hospital diagnosticaron daños severos en su cerebro, debido a la falta prolongada de oxígeno. Y, diecinueve días después de su ingreso, ante el desacuerdo de los padres con la desconexión de su hijo, solicitaron a un tribunal de Londres poder realizar el test que confirmara su muerte cerebral. La prueba nunca llegó a realizarse, precisamente, por el estado de Archie. Pero las distintas resonancias y escáneres ejecutados mostraron que la sangre no circulaba por las vías principales de su cabeza. Y los facultativos expresaron que, incluso manteniendo los tratamientos, el fallo de sus órganos vitales ocurriría de forma temprana. Después de que un tribunal rechazara la última apelación de sus padres, a Archie Battersbee se le retiró su soporte vital. Y falleció el pasado 6 de agosto.
La madre de Archie no se separó jamás de la cabecera de la cama de su hijo en el hospital. Prácticamente no regresó a su casa desde el día del accidente. Y en su batalla contra la decisión médica, Hollie Dance aportó vídeos y fotografías de Archie apretando su mano, de sus ojos parpadeando y de sus lágrimas –cuando le cambiaron el tubo para la respiración–. Pero la juez Justice Arbuthnot reconoció, con tristeza, no haber observado en esos vídeos signo alguno de dichos movimientos o señales de lloro.
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En 'Cuando los bateristas eran mujeres', Layne Redmond cuenta que lo primero que oímos en el útero no son los latidos del corazón de nuestra madre, sino «el pulso de la madre en la sangre que corre por sus venas y arterias». Por eso, quizá, entre las madres y los hijos hay una conexión de vida que trasciende al cordón umbilical. Yo he visto a Archie en su cama, entubado, rodeado de sus peluches favoritos. Y del dolor que me produce la imagen, ya no consigo hacerme con esta realidad. Lo sé. La verdad es, a veces, así: una sierra llena de dientes de tamaños variados. Inextricable. Pero soy de los que siempre quieren creer. Y ahora no dejo de pensar que los niños deberían venir al mundo como los participantes de los concursos de la tele: con un puñado infinito de comodines del público. Por si hay que usarlos.
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