![La vida uniforme](https://s3.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/202212/26/media/cortadas/globalizaci%c3%b3n-RMqyVYX4riaqIadeMbJbSXN-1248x770@Hoy.jpg)
![La vida uniforme](https://s3.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/202212/26/media/cortadas/globalizaci%c3%b3n-RMqyVYX4riaqIadeMbJbSXN-1248x770@Hoy.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Hubo un tiempo en que para comer fresas había que esperar al verano. Lo mismo pasaba con otros muchos productos de temporada, como los tomates, las cerezas, las uvas o los melones, que solo duraban algunos meses si los colgabas con una cuerda. Nada de ... turrones hasta Navidad, no como ahora, que si me apuras los tienes todo el año.
Nos hemos acostumbrado a tener de todo fuera de su tiempo. No importa la época del año en que vivamos que no hay más que asomarse a un buen supermercado para encontrar hasta lo más exótico. Es una de las consecuencias de la globalización, de la eficiencia en los transportes y de la tecnología, que nos conecta a lugares remotos del mundo a precios razonables.
Esto de la internacionalización tiene sus ventajas, pero nos ha acostumbrado a no privarnos nunca de nada. Lo de la espera tiene su lado bueno, nos educa en la paciencia y nos hace disfrutar a grandes dosis de aquello que no podemos tener siempre. Recuerdo la emoción al abrir los surtidos navideños cuando los traían a casa días antes de Nochebuena. Era la época del año en que se recuperaban sabores y se experimentaban sensaciones después de meses de espera. Incluso los dulces caseros, a nuestro alcance en cualquier momento, solo se elaboraban llegada la Navidad.
Ahora, si uno no come polvorones en verano es porque no apetece, con tanto calor, porque los tiene disponibles en los lineales de los hipermercados. Nada nos impide degustar alimentos que antes estaban limitados a momentos concretos.
La consecuencia negativa de esta disponibilidad universal es la pérdida del encanto, porque no se disfruta con la misma intensidad lo que se tiene siempre al alcance de la mano. Es como cuando aún se depende económicamente de los padres y hay que esperar a que la carta a los Reyes Magos haga su efecto y vivir la ilusión de recibir lo que habitualmente es imposible. Todo resulta más intenso a pequeñas dosis y en espacios cortos de tiempo.
La globalización es como la muerte, que nos iguala a todos y hace que todo tiempo se parezca. Las fronteras culturales se difuminan, las costumbres de un lugar viajan y se implantan en otro al estilo Halloween con efectividad pasmosa, los productos se distribuyen por todos los rincones del planeta y la deslocalización de las fábricas nos llevan a consumir objetos elaborados a miles de kilómetros apenas unos días después de haberse manufacturado.
También la mágica búsqueda de regalos ha perdido su emoción. Lo que antes te llevaba a recorrer tiendas y almacenes, ahora se reduce a una simple búsqueda en internet y el paquete te llegará a casa al día siguiente. Todo está a un clic de distancia.
La vida es más fácil, es cierto, también más aburrida, como si se hubieran eliminado los cambios de rasante de la existencia. Consumir se ha convertido en una recta infinita, y cuando se atisba una curva, por insignificante que sea, lo llamamos ahora vivir una experiencia inolvidable por la que hay que pagar el doble.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones de HOY
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.